Tribuna

El cambio del cambio

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En una mirada panorámica encuentro cuatro etapas en la VR femenina a partir del Concilio Vaticano II: Aggiornamento, estancamiento y retroceso, refundación y realismo y conciencia histórica.



‘Aggiornamento’

El ‘Perfectae caritatis’, documento conciliar dedicado a la Vida Religiosa, recomienda a las Congregaciones entrar en un proceso de actualización o aggiornamento respecto al mundo y a la realidad circundante. La mayoría de las Congregaciones se tomó en serio este desafío. Con un entusiasmo profético, envuelto en múltiples conflictos, el replanteamiento general afectó a todas las áreas de este modo de vida. Las religiosas nos cambiamos el vestido, que lejos de ser un cambio cosmético tuvo una importancia y repercusión de gran calado. De ser seres asexuados, homogéneos e intercambiables, pasamos a ser mujeres individuales, distintas entre sí y semejantes a nuestras congéneres.

Al principio el hábito se hizo más sencillo y ligero y en pocos años adoptó el estilo secular. Vestirnos como el resto de las mujeres cuestionó la identidad, la pertenencia, la pobreza y la castidad, entre otros aspectos. Vestir como ellas rompía en pedazos el sentido testimonial de la consagración en el mundo, el reconocimiento en la misión, la idea de ser elegidas por Dios y, distintas (superiores) a las laicas. Para una buena parte del catolicismo el cambio en el vestido fue un escándalo y sus ecos llegan hasta hoy. Las resistencias fueron y siguen siendo muy fuertes.

Junto con el vestido, cambió la vivienda. Muchas religiosas se marcharon de los grandes edificios conventuales, a veces aislados de la población y otras en zonas acomodadas, y se establecieron en pisos de barrios y zonas empobrecidas de pueblos y ciudades, conviviendo con el vecindario como cualquiera. De ser comunidades numerosas, pasaron a grupos pequeños o muy pequeños, modificando así el modelo de convivencia y rompiendo la rigidez horaria. De trabajar en la misión en los centros propios (colegios, sanatorios, centros para menores…), las religiosas buscaron un trabajo en fábricas, hostelería, colegios y hospitales públicos, para ganarse la vida como el resto de la gente.

Este cambio permitió un mayor conocimiento de la sociedad cotidiana y sus engranajes, y avivó en la mayoría un agudo sentido de la justicia. Pudieron participar en la vida ordinaria, sumarse a la búsqueda de la justicia, tener sentido político e involucrarse individual y comunitariamente en causas difíciles arriesgando sus propias vidas. Las religiosas secuestradas y asesinadas en la lucha por los derechos de los más pobres son muchísimas más de las conocidas por los medios de comunicación. La teología, la vida espiritual, la oración, se vieron muy afectadas.

Las Congregaciones cambiaron, así mismo, los planes de formación inicial y comenzaron ciclos de formación permanente para las religiosas profesas, tanto en el ámbito laboral (la misión), como en el teológico. Un buen grupo comenzó estudios de teología que, más adelante, las capacitó para la docencia, la formación, la investigación y la escritura. Este cambio dotó a las religiosas de solidez y capacidad crítica, de libertad de pensamiento y muchas la ejercieron arriesgándose a censuras que no tardaron en llegar. Muchas de ellas militaron en las causas feministas añadiendo riesgo al riesgo.

Una mayor formación propició una reflexión seria y progresiva sobre la estructura total de la VR, sobre su sentido en un mundo cambiante y recién descubierto, sobre la propia historia. Los capítulos generales y provinciales hervían en medio de la toma de decisiones, algunas drásticas, movidas por el empuje profético (la descapitalización económica, por ejemplo). El cambio en las Constituciones y Reglas encontró dificultades para obtener la aprobación del correspondiente dicasterio vaticano, pero prácticamente todas las Órdenes y Congregaciones cambiaron su normativa al hilo del aggiornamento.

Considero esta etapa posconciliar la más rica, creativa y profética de la VR de la historia reciente.

Los conflictos internos y externos, sobre todo en relación con la obediencia y también con la castidad, así como los cuestionamientos sobre el sentido de la VR en el mundo (la teología) tuvieron sus consecuencias. Muchas mujeres se marcharon. Unas lo hicieron al descubrir que no era su camino. Otras, la mayoría, por los conflictos con sus superioras (obediencia). Algunas por enamorarse (castidad), por el inmovilismo de las estructuras, por el control y muchas otras razones. Los abandonos comenzaron a pesar en las Congregaciones, en sectores conservadores de la Iglesia y en la curia vaticana. La VR comenzó su progresiva disminución demográfica.

Estancamiento y retroceso

El pontificado de Juan Pablo II marcó la segunda etapa. La VR sufrió al comienzo un estancamiento y en seguida un retroceso. Los conflictos, los abandonos, la disminución de vocaciones, el auge de los grupos y movimientos laicos, muchos de ellos conservadores, dieron lugar a interrogantes sobre el estado actual de la VR femenina. Se instaló la sospecha, el miedo, la denuncia, los controles y las represalias, sobre todo en la docencia teológica y la publicación, pero también en los lugares de vanguardia y en la implicación política por la justicia.

Algunas Congregaciones no se dejaron amilanar, pero fueron pocas y la mayoría gozaba de suficiente prestigio y dinero para suavizar las censuras y condenas. De ello doy fe en primera persona. El retroceso afectó a la formación, tanto a la inicial como a la permanente, afectó a la libertad para pensar teológicamente la VR, a la libertad de palabra y de cátedra y, a la postre, fue creando autocensura en muchas religiosas inteligentes y preparadas. Se volvió a conceptos de elección y consagración supuestamente superados, se revalorizaron los signos externos de identidad y pertenencia, así como las misiones propias de cada Congregación y una cierta separación del mundo.

Refundación

Con este proceso ya instalado, comienza la tercera etapa. La refundación, a pesar de aparecer como un paso adelante y creativo en la VR, no fue más que un intento, a mi juicio fallido, de una vuelta al carisma fundacional mal planteada. Pretendía, en el fondo, reaccionar positivamente al estancamiento y al retroceso, pero el tiempo perdido no se pudo recuperar y el mundo cambiaba muy deprisa. Persistían las secuelas de la etapa anterior, añadiéndose el envejecimiento de las religiosas en contextos de cultura occidental, a los problemas ya existentes. Algunas Órdenes y Congregaciones concertaron fusiones, casi siempre por razones prácticas.

La mayoría fue improvisando soluciones a los problemas según iban surgiendo. Se incorporaron religiosas jóvenes de otros continentes y culturas a comunidades mayores, que en muchas ocasiones terminó en un fracaso. La falta de religiosas en los centros propios obligó a dejar muchas misiones en manos de seglares, unos más formados en el carisma y otros menos. Se cedieron centros docentes, sociales y sanitarios a instituciones civiles y, sobre todo, eclesiásticas. Muchas Congregaciones realizaron un buen proceso en el traspaso, pero otras muchas simplemente improvisaron.

A mi modo de ver, esta etapa se caracteriza por una cierta ambivalencia. La evidencia de la disminución demográfica y de fuerzas vivas convive con la esperanza de poder revertir la situación, a pesar de que apenas hay signos de que este estilo de vida, así como está, interese a las nuevas generaciones de mujeres. También se caracteriza por una ausencia de mirada crítica y valiente a medio y largo plazo. Muchas religiosas en contextos no de misión ‘ad gentes’ tenían su trabajo remunerado, su cotización a la seguridad social y su derecho a la jubilación.

Cuando esta llegó, sin embargo, eran raras las Congregaciones que habían preparado a sus miembros para esa etapa de la vida. Algunas se ofrecieron como voluntarias en distintos lugares, otras fueron enviadas a reforzar comunidades concretas y aquellas con dificultades de salud se quedaron en casa. Hubo quienes aprovecharon ese tiempo, todavía activo, para la formación.

Realismo y conciencia histórica

La situación actual, que sería la cuarta etapa, se caracteriza por el realismo y por la conciencia histórica del estado de vida que la Iglesia denomina Vida Consagrada. Se habla poco de su final (en el estilo actual), pero se tiene conciencia de él. En el contexto occidental global, la atención a las mayores, muy mayores, ocupa mucho.

Las religiosas están bien atendidas física y psíquicamente, tienen medios y recursos, compañía, cariño, y una atención espiritual que para ellas puede ser suficiente, pues ya no se puede improvisar lo que tendría que haberse hecho décadas antes. Me apena no haber sido capaces de convertir este momento de la vida, que compartimos con buena parte de la población, en un signo profético, pues tenemos todas las posibilidades delante de nosotras.

Terminando

No podemos vivir de nostalgias, es verdad. No obstante, no puedo evitar sentir rabia ante la ruptura que la etapa de retroceso produjo en la VR naciente postconciliar. No dejó tiempo para asentar los grandes cambios del ‘aggiornamento’. La historia no tiene vuelta atrás, pero siempre es susceptible de una lectura crítica. Las religiosas hemos perdido la posibilidad real de reinventarnos, del ensayo-error, de aprovechar las ventajas de recuperar el tamaño (reducido) que nunca debimos perder. Este modo de vida profético no es ni mejor ni peor que otros, pero su peculiaridad forma parte, desde el principio, de la vida de la Iglesia. Las formas históricas seguirán cambiando. Dejemos, por tanto, que siga evolucionando.


*Artículo original publicado en el número de noviembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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