Tribuna

Discípulos misioneros: la vida que se desató en Aparecida

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El gran eje de Aparecida es “para que tengan vida”. El “para qué” indica la finalidad, que es una oferta de vida plena. La palabra “vida” aparece 631 veces en el documento y eso le da un tono marcadamente positivo.



Esta vida se comunica a través de cauces, que son los “discípulos misioneros”. La ausencia de la “y” es una originalidad de Aparecida, para mostrar que no son dos realidades yuxtapuestas sino inseparables y compenetradas. No se es discípulo sin ser misionero y no se es misionero sin ser discípulo.

En la invitación a la misión se quiere mostrar que una vida digna y feliz no se realiza en el aislamiento individualista. Uno de los grandes peligros de la época en que vivimos es que cada uno se encierre en su mundo privado. Así no es posible una vida digna, ni la solidaridad, ni la amistad, ni la preocupación por los pobres, ni el compromiso ciudadano. El documento recuerda que una ley de la vida es que ella crece en la medida en que se comunica. Por eso es ineludible ser misioneros.

A partir de esta  convicción se quiere promover una actividad misionera mucho más intensa, para llegar especialmente a los que están abandonados. Consiste en buscar una mayor cercanía con todos. No se trata solo de predicar. Un periodista lo hará particularmente buscando la verdad y promoviendo valores, un político lo hará buscando sinceramente y con sacrificio el bien común, un docente lo hará con su misión de ayudar a crecer a sus alumnos. Pero siempre estará el intento de comunicar de alguna manera el primer anuncio: hay un Dios que te ama infinitamente, Cristo dio su vida por ti y está vivo para compartir tu camino y tu lucha.

El documento es muy radical en este punto de la misión, porque pide que todas las estructuras de la Iglesia se reformen de manera que sean más misioneras, que estén más al servicio de esta vida digna y plena de la gente. También reclama que se abandonen todas las estructuras caducas que no sirvan a esta finalidad. Este punto fue claramente asumido y relanzado por Francisco en Evangelii gaudium, aunque tuvo escasa respuesta.

Otro tono

Pero solo podemos ofrecer un mejor servicio misionero si somos realmente discípulos de Jesucristo. Este acento en el discipulado le da a la tarea misionera otro tono, otro color que le agrega atractivo. Porque no es lo mismo alguien que proclama una verdad creyendo que es un dueño de la sabiduría, que alguien que se considera humilde discípulo, necesitado del Maestro, que aprende de él todos los días, que necesita volver a escucharlo, volver a imitarlo.

Al mismo tiempo, un corazón de discípulo sabe que también tiene que aprender de los demás. Por eso fomenta el diálogo con los diferentes, se deja cambiar los esquemas, se deja enriquecer por los otros. Así se quiere remarcar que todos somos discípulos (el Papa, los empresarios, cada ama de casa, etc.) y que siempre somos discípulos, hasta la muerte.

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