Vivo la Cuaresma y Semana Santa de este año 2025 golpeado por la tentación del desánimo y la angustia. Me preocupa e inquieta el rumbo que ha tomado este mundo: el auge de movimientos colonialistas, racistas, xenófobos y aporofóbicos, discursos de odio hacia los inmigrantes y refugiados, polarización social y política, incremento de la carrera armamentista que nos acerca al riesgo de un conflicto nuclear…
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Todo ello se debe a dirigentes políticos y financieros prepotentes asentados en la codicia con pretensiones de dominar el mundo. Con ellos campan la idolatría del poder y del dinero, la corrupción, la utilización de la mentira con ‘fake news’ a través de las redes sociales para controlar a las masas, la violación de los derechos humanos y del derecho internacional, la pérdida de valores éticos, la degradación de la Naturaleza nuestra casa común … y el sectarismo de movimientos “evangélicos” fundamentalistas y de “católicos” ultraconservadores opuestos al papa Francisco.
La humanidad, desorientada
Siento que la humanidad está desorientada. Hay una ausencia generalizada del sentido de la vida y una crisis de utopías sociales. Este mundo camina en la oscuridad, sin rumbo, al ritmo de los intereses de personajes políticos megalómanos, inhumanos y genocidas. Observo mucha indiferencia ante las masacres diarias que el Israel comete en Gaza. No me siento nada orgulloso de esta generación.
Me duelen el sufrimiento humano, la pobreza extrema, el hambre de mucha gente (casi 4.000 millones de hambrientos), la espiral de violencia, el criminal genocidio en Palestina (Gaza y Cisjordania), las guerras en Sudán, Líbano, Siria, Afganistán, Ucrania, Etiopía, el Congo…, la muerte de migrantes en los desiertos y en los mares. Me duele el sufrimiento de tanta gente inocente, sobre todo niños y niñas, mientras otros, los Herodes de hoy, que todos conocemos, se sienten dueños de las vidas humanas y de las riquezas del planeta.
Esta situación me estremece y me lleva a interrogarme: ¿dónde está Dios? Jesús sufrió estas mismas tentaciones. Gritó desde lo alto de la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Aun así, en medio de esta angustia, vivió y murió con una infinita confianza en el Padre. “En tus manos entrego mi espíritu”, exclamó.
Trato de seguir a Jesús
En el silencio de la oscuridad trato de seguir a Jesús. Y me propongo no angustiarme por la situación que nos envuelve. Todo pasa. Solo Dios permanece. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”, decía santa Teresa. Me abandono en sus manos. Vivimos en su corazón. Somos una gotita de agua en el océano infinito de Dios. Somos parte de Dios. Confío ciegamente en Él, tanto más cuanto más afligido y débil me sienta. Él me acepta y me ama como soy. Nos ama a todos como somos. Ama a este mundo. “Tanto amó Dios al mundo…” (Jn 3,16-17). Envió a su Hijo para darnos vida, vida en plenitud. Y Jesús nos dejó la misión de construir un mundo nuevo donde haya vida digna para todos los seres humanos.
Dios no nos mira como un juez, sino como un Padre y Madre compasivo y misericordioso. Acoge a esta humanidad con compasión y misericordia. Dios todo lo hace nuevo, me repito constantemente. Este mundo cambiará. Tal vez, algo tendrá que suceder para que esta humanidad vuelva a renacer. Por eso, en medio de mi pequeñez y de los pecados de este mundo, tengo la esperanza de que la luz brillará tras la oscuridad.
En medio de este dolor trato de no perder la serenidad. En medio de las corrientes de odio al diferente, en medio del sufrimiento provocado por las guerras, en medio de las lágrimas, en medio del caos, en medio de la oscuridad, en medio de mi debilidad, viviré sosegado y en paz, sin que la realidad que nos rodea me altere, porque el Espíritu de Dios tiene la última palabra sobre los destinos de la humanidad.
Dios no puede fracasar
Dios no puede fracasar. Su amor es infinitamente más poderoso que nuestros errores. En medio de esta situación seguiré soñando en una nueva humanidad haciendo lo que pueda, comprometiéndome en la medida de mis posibilidades en la defensa y servicio de los más vulnerables y en la lucha por un mundo de paz y fraternidad. Y, por encima de todo, viviré con una actitud de pleno abandono y confianza en Dios y profunda adoración.
En medio de las tinieblas de la noche brilla en el horizonte la luz de la resurrección del Nazareno, que es el Cristo cósmico, razón de nuestra esperanza, una esperanza creadora de alternativas para la construcción de una nueva humanidad de paz y fraternidad universal, signo y anticipo del reino de Dios. ¡’Laudate omnes gentes, laudate Deum’!