Tribuna

Cultivar la belleza

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El papa Francisco estuvo, al final de su pontificado, muy preocupado por el tema de la belleza. Quizás alertado por el hecho de que su concepción ha sido escandalosamente devaluada y distorsionada. Señala Byung Chul-Han, que en la actualidad existe un concepto equivocado de belleza, desde el cual se ha cambiado lo bello por lo pulido, lo suave, sin aristas, sin esquinas.



Esto es, hoy se designa como bello a lo meramente cosmético, la superficialidad, no transitorio, sin raíces. Haciendo a un lado la herida que se opone a lo pulido, aletargando los sentidos, en vez de despertarlos, avivarlos, lanzarlos hacia la otra orilla, donde el hombre vive plenamente la sed de Dios.

“La belleza puede tocar en cada uno lo que es universal, especialmente la sed de Dios, superando los límites del lenguaje y de la cultura”, afirmó Francisco en una reunión con Diaconía de la Belleza, grupo católico francés que se dedica a apoyar a los artistas y celebrar el arte sacro, la arquitectura, la poesía y la música. Una idea que, muy probablemente, despertó en él Dostoievski, a quien leyó con fervor hasta el punto de señalarlo como uno de sus escritores predilectos.

Para Dostoievski, así lo revela en El Idiota, la belleza no puede limitarse a la estética superficial, sino que la considera un valor trascendental que puede, efectivamente, salvar al mundo.

Papa Francisco 1

La belleza que salva al mundo

La belleza nos permite sentir que la vida se orienta hacia la plenitud, ya que, por medio de ella, el hombre comienza a sentir el anhelo de Dios, afirmó con vehemencia frente a un grupo de artistas en 2023. La belleza pone al hombre en movimiento, es decir, en salida.

De alguna manera, esta idea nos devuelve a la novela ‘El Idiota’, de Dostoievski, en la que Natasha Flippovna, encarnación de la belleza para el protagonista, es descrita como portadora “de una belleza prodigiosa, tiene la cara alegre y ha sufrido horriblemente, ¿no es verdad? Lo están diciendo los ojos”. Francisco parece haber asimilado esta idea que, en cierta medida, atraviesa toda la obra del narrador ruso.

La estrecha vinculación entre la belleza y lo sagrado que permite abrir los senderos hacían una dimensión más plena del hombre. Para Dostoyevski, sin lo divino se pierde el sentido de la existencia y en un mundo profano y decadente, solo la más profunda afirmación del alma, algo radical y extraordinario, puede rehabilitar la existencia. “El hombre puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero sin belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”, dijo Dostoyevski. La belleza nos dice que hay algo que debemos hacer, algo con lo que debemos unirnos, algo que debemos desnudar y ese algo es el sentido más profundo de la existencia.
Cultivar la belleza

La palabra “cultivar” está formada con raíces latinas y significa “trabajar y cuidar la tierra para producir plantas”. En ese mismo sentido, el Papa Francisco emplea el verbo cultivar para ser aplicado a la belleza. Trabajar y cuidar con atención la belleza con la finalidad de que florezca lo mejor de cada uno. Cuidar con atención, pero esto qué significa.

Para abordar el concepto de atención voy a remitirme a Simone Weil, quien señaló que, de la atención, el hombre recibe la posibilidad de gozar del resplandor de la belleza. Para Weil, la atención permite al ser humano volver la mente hacia el bien, lo cual posibilita que, poco a poco, toda el alma se sienta atraída hacia él a pesar de sí misma.

Por ello, emprender la tarea de cultivar la belleza resulta imprescindible en el mundo de hoy: “En el difícil contexto actual que vive el mundo, en el que la tristeza y la angustia a veces parecen predominar, vuestra misión es más necesaria que nunca, porque la belleza es siempre fuente de alegría, poniéndonos en contacto con la bondad divina”, señaló Francisco a un grupo de artistas.

Solo la belleza puede salvarnos de ser definitivamente aplastados por esta cultura donde predomina el valor de cambio por sobre el valor de uso, que hostiga al hombre para volverse enemigo del desarrollo interior pretendiendo quebrar definitivamente la dimensión simbólica de la conciencia. Por ello, Francisco, los últimos años de su pontificado, insistió tanto en el cultivo de la belleza. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela