Tribuna

Crucemos a la otra orilla

Compartir

“Jesús regresó en una barca a la otra orilla, narra San Marcos, y como una gran multitud se reunió alrededor de él, decidió quedarse en la orilla del lago” (5, 21). Anteriormente escribe el mismo Marcos: “Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: Crucemos a la otra orilla” (4, 35).  El evangelio según San Marcos es el más antiguo de los cuatro. Se afirma que tanto Mateo como Lucas fueron desarrollados a partir de su narración. Se trata del evangelio de la buena noticia. Además es el más breve de los evangelios. Sin embargo, también expone una idea que siempre me ha seducido. Una idea que es una invitación: “cruzar hacia la otra orilla”. ¿Qué puede decirnos hoy esta invitación de Jesús? En especial hoy que seguimos luchando, al menos en Venezuela, contra la pandemia y una crisis humanitaria escandalosamente dolorosa. En estas breves palabras, compartiré lo que a mí me dice.



De la orilla reprimida

El filósofo francés Jean-Luc Marion, abordando un análisis sobre el tema de lo erótico, afirma que el amor ha sido silenciado, que el hombre de nuestro tiempo ya no dispone de palabras para nombrar al amor. De una manera más sutil, Benedicto XVI sostiene esta idea en Deus caritas est, su primera carta encíclica. Marion, así como tantos otros pensadores, señalan que el racionalismo moderno nació con una carencia y esta carencia se cocina a partir de la represión del amor. Marion, especialista en el pensamiento de René Descartes, sostiene que esta represión se descubre con todas las letras en la definición que Descartes le asigna al ego.

Para Descartes, el hombre es una cosa pensante, o sea que duda, que afirma, que niega, que entiende pocas cosas, que ignora muchas, que quiere y que no quiere, que también imagina y que siente. En tal sentido, y por omisión, que no ama ni odia, lo cual parece evidencia, al menos para Marion, que amar no forma parte de los modos primarios del pensamiento y por lo tanto no es resaltada como propiedad primaria del ego. El amor quedó relegado y arrojado al descarte racional. El amor quedó en permanente estado de sospecha y todo cuanto él pueda envolver.

El amor es la otra orilla

Adolphe Gesché en su libro El Sentido, uniendo su voz a la de tantos pensadores, afirma que para que el ser humano pueda construir el sentido no se puede confiar exclusivamente en la racionalidad. Necesitamos otro campo más amplio. Gesché lo resalta como imaginario, otros lo señalan como irracionalidad, en mi caso prefiero hablar de sensibilidad.

Imaginario, irracionalidad o sensibilidad, se trata de un espacio en el cual la persona busca la forma de comprenderse y dar sentido a su existencia. Este espacio, como potencia unificadora, va infinitamente más allá de nuestra razón, concluye. La razón tiene sus límites y los tendrá siempre. Quizás por ello los discípulos de Emaús no lograron comprender aquel ardor en el corazón cuando el “extraño” peregrino les hablaba por el camino. A este espacio en constante estado de sospecha pertenece el amor, la otra orilla a la que Jesús nos invita.

Fratelli Tutti

San Francisco de Asís vivió permanentemente en esa otra orilla. Ese San Francisco que inspira dos documentos fundamentales del magisterio petrino: Laudato Si y Fratelli Tutti. Documentos que son una permanente invitación a dar un profundo cambio antropológico que nos permita reconocernos los unos a los otros desde la mirada de Cristo, quien es, en sí mismo, la otra orilla.

Esa otra orilla es un grito de apertura, de quiebre con un sentir que no siente porque piensa demasiado en el cálculo político, social, cultural, económico y religioso. Un grito que denuncia que la fe no puede cerrarse, replegarse en sí misma, pues se vuelve histérica, paranoica, absurda, seca de amor. En la otra orilla podemos recuperar la verdadera fe que permite que aguardemos en la esperanza. Paz y Bien.