Recientemente, el obispo Reig Pla hizo las siguientes afirmaciones en el marco de una charla: “No eres un fracaso ni desde el origen. También para los niños que nacen con discapacidad física o intelectual o psíquica, ‘pues esto ya es herencia del pecado y del desorden de la naturaleza’. Pero han sido llamados por Dios y tienen también, como nosotros, todo el fundamento de nuestra existencia en Dios, que es origen, fundamento y es meta”.
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El comentario que subrayo en cursiva ha provocado malestar social hasta el día de hoy. La asociación Asprodes Plena Inclusión Castilla y León considera la declaración “profundamente ofensiva, estigmatizante y completamente alejada del modelo de sociedad inclusiva que defendemos”. La Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad de Castellón expresó su rechazo, calificando las palabras como una “falta de sensibilidad y una interpretación anacrónica de la doctrina cristiana”.
Una cuestión compleja
El Gobierno de España envió una queja formal al Defensor del Pueblo, pidiendo que se evaluara la idoneidad de estas palabras, y solicitó una excusa pública a la Conferencia Episcopal Española. No faltó también quien consideró esto una intromisión del Gobierno en la libertad religiosa o quien aseguró que los cristianos que se rasgan las vestiduras por las palabras del obispo demuestran “ignorancia teológica”. En realidad, nadie se siente cómodo. La cuestión dista mucho de ser sencilla y está marcada por el debate teológico y la polémica social.
Dada la naturaleza de la cuestión, tres disciplinas están cualificadas para clarificar con rigor: la médica, la biología evolutiva y la teología dogmática. Para ello debemos considerar que la ciencia responde al ‘cómo y al `’por qué causal’ de los procesos, y la teología al ‘para qué’ y el ‘por qué último’ de lo contingente.
Si mezclamos los métodos de trabajo de estas disciplinas o esperamos respuestas de quien no puede darlas, se lía el lío (que diría mi abuela), con “quimeras intelectuales” imposibles de digerir. Demos inicio a un diálogo entre razón y fe, otorgando a cada disciplina el lugar que le corresponde y respetando sus fuentes de conocimiento y sus métodos de trabajo.
Preguntas fundamentales
La ciencia tiene la clave para responder preguntas fundamentales sobre la vida, el sufrimiento y la muerte. Desde una perspectiva médica, la ‘enfermedad’ es definida como una alteración del estado saludable del organismo, causada por infecciones, trastornos genéticos, factores ambientales o disfunciones orgánicas y, por supuesto, la medicina trata de erradicarla.
Sin embargo, también a través de la observación y el método científico, la biología evolutiva ha demostrado que estos fenómenos no son meras eventualidades, sino elementos esenciales para la vida en este planeta. Así, las dolencias y la fragilidad de ciertos organismos son determinantes para la selección natural, y no solamente porque quienes las presentan muestran una desventaja respecto a los más fuertes. Contrario a la creencia popular, la aptitud evolutiva no se limita ‘solo’ y ‘siempre’ a la fuerza física, sino a la capacidad de adaptación al entorno.
En determinadas condiciones, por ejemplo, organismos con rasgos atípicos y, en apariencia, menos robustos han demostrado una alta eficacia adaptativa, desempeñando un papel crucial en la estabilidad y funcionalidad de los ecosistemas, en un proceso identificado como “cooperación”. Algo de lo que deberíamos aprender, ¡por cierto!
Un rol evolutivo
El sufrimiento también desempeña un rol evolutivo, ya que permite respuestas más rápidas y eficientes ante situaciones de peligro. No es solo una adversidad, sino un mecanismo de supervivencia que ha moldeado la capacidad de reacción de los seres vivos. Lo mismo ocurre con la muerte: lejos de ser solo un suceso trágico y fuertemente disruptivo para todos nosotros, desde la óptica evolutiva, es esencial para la renovación de los ecosistemas y la diversificación de las especies.
Un ejemplo claro de este proceso es la extinción masiva de los grandes reptiles, que permitió la expansión de los mamíferos y, eventualmente, la aparición del ‘Homo sapiens.’ La historia de la vida en la Tierra no se entiende sin la interacción constante de la muerte y el sufrimiento, elementos clave en la evolución de la humanidad y de todas las especies.
Desde una perspectiva filosófica antropocéntrica, la estructura del universo puede parecer escandalosa e incluso aterradora debido al sufrimiento presente. Sin embargo, tal vez pueda comprenderse dentro de la noción de “belleza y bondad en la creación”. En efecto, resulta admirable que cada elemento, vivo o inerte, actúe conforme a su función, permaneciendo dispuesto, en última instancia, a cumplir su propósito de acuerdo con las leyes naturales. “Y vio Dios que todo era bueno” —dice el Génesis— aunque quizá no en un sentido de bondad moral, una categoría propia de la ética humana y ajena a la naturaleza, sino en una moral de funcionalidad y servicio a la plenitud del orden planetario.
Todos pecaron
Acudamos a este texto bíblico: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rm 5, 12). Este ha sido entendido por la teología dogmática clásica como una forma de ejemplificar que el pecado, “en sentido abstracto y universal”, nos quita a todos los humanos, de todos los tiempos y culturas, la vida en sentido amplio y genera el caos existencial y social.
Esta era la matriz teológica de la que Reig Pla partía. A pesar de esta aclaración, hay que admitir que la cuestión es confusa y que el debate teológico está abierto. Incluso para teólogos de la talla de Joseph Ratzinger, quien se manejaba con igual destreza en el campo de la ciencia y la teología, el concepto le resulta impreciso. En su libro ‘Creación y Pecado’ (1985) compartía su turbación así: “El relato nos dice: el pecado engendra pecado y así todos los pecados de la historia dependen unos de otros. Para este hecho, la teología ha encontrado la palabra, seguramente mal comprendida e imprecisa, de pecado original”.
Benedicto XVI continuó así su reflexión: “¿Qué importancia tiene? Pues nada nos parece hoy más extraño ni ciertamente más absurdo que denominarlo pecado original (hereditario), porque la culpa, según nuestra concepción, no es sino precisamente lo más personal e intransferible; (…) Así pues, ¿qué significa pecado original interpretándolo de una manera correcta?”.
Cambio de enfoque
La teología dogmática contemporánea ha dejado las cuestiones biológicas a los biólogos y muestra una tendencia creciente a abandonar la noción controvertida según la cual la caída por el pecado original introdujo el sufrimiento, la enfermedad y la muerte en el mundo. Se ha ido centrando, más bien, en el enfoque moral y existencial del pecado porque, mientras que la ciencia ofrece explicaciones sobre los fenómenos físicos, las cuestiones morales derivadas de estos fenómenos son ajenas al ámbito científico, y son objeto de reflexión filosófico-teológica.
Es en este terreno —y no en otro—donde la Iglesia desempeña un papel fundamental como autoridad en la reflexión ética, pudiendo ofrecer una orientación basada en la Tradición, la Revelación y el Magisterio. Teólogos como Luis Francisco Ladaria, anterior prefecto de Doctrina de la Fe, Joseph Ratzginger y tantos otros enriquecieron el discurso.
Ratzinger definió el pecado original como una interrupción o destrucción de sanas relaciones entre el ser humano y su Creador, y asumió cuatro premisas para su correcta interpretación: 1) El Génesis es un texto de carácter mitológico, con una finalidad catequética existencial desde el origen mismo de su escritura, durante la esclavitud de los israelitas en el exilio babilónico. 2) Debe ser interpretado en el contexto de la unidad de la Sagrada Escritura; es decir, considerando la multiplicidad de relatos y las contribuciones de los diversos libros bíblicos. 3) Adquiere pleno sentido únicamente desde una perspectiva cristológica. 4) Puede ser enriquecido y reinterpretado a la luz del conocimiento científico contemporáneo.
¿Hay relación directa?
Con estos datos en la mano, podemos recuperar la pregunta: ¿existe alguna relación directa entre el pecado y el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? Pues depende… Con relación a enfermedades congénitas, desde luego que no, como ya enseñaba Ratzinger. ¿Entonces? Pues, el obispo utilizó un término genético para una aproximación teológica ¡y ahí estuvo el fallo! No hablaba de herencia de los padres, si no de herencia como abstracción de pecado que todos percibimos a nivel personal y social.
La afirmación, sin duda, resultó apresurada y poco precisa, pero ¿fue discriminatoria? A la luz del contenido completo de la charla, desde luego que no. Pero sigamos, porque para las Ciencias Sociales es sencillo establecer una relación entre comportamiento moralmente inaceptable, la enfermedad y la muerte.
Por ejemplo, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría definió la ecoansiedad como “un miedo crónico a la catástrofe ambiental, generalmente basado en sentimientos de impotencia ante el cambio ambiental o climático”, consecuencia, de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia, del pecado contra la creación de Dios (Francisco, 2015, Laudato si’, art. 8).
Influyen en la salud y el bienestar
La ostentación, el placer sensorial, el consumismo y el narcisismo promueven estilos de vida que afectan negativamente la salud mental y al tejido social y que so, responsables indiscutibles de la desgracia e incluso la muerte de millones de personas, siempre los más vulnerables. Por el contrario, la religión y la espiritualidad, bien entendidas, pueden influir en la salud y el bienestar, ayudando a las personas a enfrentar dificultades, amplificando el comportamiento altruista, el florecimiento personal, contribuyendo a un sentido de propósito o complementando los sistemas de salud y bienestar.
Así pues, la teología dogmática y la ciencia están haciendo su trabajo. Para evitar polémicas que desdibujan el mensaje del evangelio, es fundamental una intervención magisterial en el Catecismo. No le quita ni medio ápice de validez al dogma sustituir la expresión “por el pecado entró el sufrimiento físico en el mundo” para aclarar que “por el pecado se amplificó el sufrimiento físico en el mundo”. Vale, asumo que esta es una propuesta rápida y poco elaborada, pero es un comienzo.
Esta reformulación subrayaría que el sufrimiento, en su dimensión física y existencial, no constituye un designio divino, sino una consecuencia de la condición humana en su relación con el pecado, dentro de un marco en el que Dios sigue siendo fuente de consuelo y redención.
San Agustín y santo Tomás
San Agustín y santo Tomás, quienes imprimieron esta relación directa pecado-muerte en nuestra fe, eran teólogos de la Edad Media que dialogaban con Platón y Aristóteles. Faltaban muchos siglos para que la revolución científica entrara en escena de la mano de figuras como Galileo Galilei e Isaac Newton.
Ahora, sin embargo, Joseph Ratzinger y Luis F. Ladaria no solo dialogan con la filosofía, también lo hacen con científicos de la talla de Francisco Ayala y Theodosius Dobzhansky, padres de la Genética Evolutiva, ambos cristianos convencidos. El papa Francisco advirtió sobre los riesgos del pensamiento teológico autorreferencial y ha exhortado a los teólogos a entablar un diálogo significativo con las ciencias sociales y experimentales, subrayando que la teología debe ser una “compañera de camino” del saber científico y del conocimiento crítico.
“Si hemos logrado ver más lejos —decía Bernardo de Chartres— es porque nos hemos apoyado en hombros de gigantes”. No les podemos defraudar. No aprovechar esta oportunidad para la renovación es como jugar al escondite con la realidad, esperando que, en el próximo tiro, no salga bala. El Catecismo es nuestra guía fundamental, pero, si no se explica con claridad, puede sembrar dudas en lugar de iluminar a educadores y padres, sacerdotes, catequistas y agentes de pastoral, dificultando su misión. Como resultado, distorsiona y obstaculiza la transmisión del Evangelio, precisamente lo que no queremos.
Directamente al Maestro
En realidad, deberíamos haber empezado por preguntar al Maestro: rabí, ¿cuál es la relación entre pecado y discapacidad congénita? La respuesta la recogió el evangelista Juan para nosotros (Jn 9, 1-3): “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: ‘Rabí, ¿quién peco, este o sus padres, para que haya nacido ciego?’. Respondió Jesús: ‘No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él’.
Y esto, precisamente —creo yo—, es lo que trataba de explicar el obispo Reig Pla en su charla: que ninguno de nosotros somos fracasados y que las personas con discapacidad, como todos los demás, “han sido llamados por Dios y tienen también, como nosotros, todo el fundamento de nuestra existencia en Dios, que es origen, fundamento y es meta”.
María del Carmen Molina Cobos, caredrática de la RJC, es colaboradora del Departamento de Ecología Integral de la CEE y miembro de la Sociedad Española de Científicos Católicos.