Tribuna

Bienaventurado el obispo que…

Compartir

El papa Francisco pide coherencia a los pastores

Tenemos un cardenal italiano, con 25 años de episcopado y casi sesenta años de sacerdote, que ya retirado, ha decidido extender su ministerio y “salir” como misionero al sureste de Angola, en una región fronteriza de Namibia y Zambia, en el África.



Nos referimos al obispo italiano Eugenio Dal Corso, quien renunció a una jubilación sin fatigas, quizás atendido por una comunidad de religiosas y con los honores que le otorga su dignidad cardenalicia.

En su lugar, lo suyo ha sido irse a vivir al Centro pastoral Santa Josefina Bakhita en Caiundo, a 140 kilómetros del supermercado más cercano y de la única iglesia de la zona, donde no había sacerdote, a pesar de tener una población que supera los 23 000 habitantes.

No suele hablar mucho ni está en las redes sociales contando su historia, pero la prensa española transmitió su testimonio desgarrador: “Vivo en una zona muy humilde y abandonada. Hay días en que la gente solo come una vez al día”.

Junto al ejercicio de su ministerio, utiliza su tiempo en alertar sobre la falta de agua potable y el irregular suministro de la luz. A la vez, se empeña en restaurar la capilla y el salón parroquial, mientras consigue libros en idiomas y dialectos locales para la catequesis y la liturgia, dada la importancia que le da a “hablar la cultura de sus feligreses”.

Los bienaventurados de hoy

Como la historia de este “cardenal misionero”, tal como le gusta llamarse a sí mismo, hay muchas vidas signadas por el episcopado, quienes, en actividad o jubilados, intentan asemejarse a un buen pastor. Viven su jubilación en paz con su conciencia, alejados de este modo, de arrepentimientos públicos por no haber llevado una vida de virtud o por no haber sido firmes, valientes y decididos al momento de tomar decisiones, más aún cuando estaba de por medio la integridad de menores.

Quizás estos antecedentes y otros modelos como los de monseñor Dal Corso, han llevado al papa Francisco a identificar unas “Bienaventuranzas del obispo”, que en número de ocho, permitirán a nuestros prelados confrontarse con lo que el sucesor de Pedro y los fieles esperan de ellos.

Fue así que Francisco retomó las ocho bienaventuranzas que el arzobispo de Nápoles, en una homilía pronunciada en octubre de 2021, indicó en la misa de ordenación de tres nuevos obispos.

Hablar de pastor a pastor

Fueron los obispos italianos, quienes escucharon por primera vez del discurso del papa Francisco, aquellas ocho bienaventuranzas que han sido publicadas y recogidas por la prensa a nivel mundial, allí donde haya un obispo que pueda leerlas y asimilarlas.

El clima era propicio, dado que el obispo de Roma fue en persona y las compartió en medio de sus hermanos, reunidos en asamblea plenaria a fines de noviembre último.

Una a una, las fue desgranando, a modo de letanías con las que quería, por una parte, reconocer a quienes ya eran bienaventurados (o felices) por vivirlas con unción, mientras que, por otra parte, las dejaba resonar para que las confronten en su actuar diario.

Compasivo, auténtico, valiente…, fueron algunas de las características con que el papa invitó a los obispos a amoldarse a Jesús, Buen Pastor.

Los miles de obispos que hay en el mundo tienen así la oportunidad de analizar su pastoreo no solo para sentir si tienen “olor a ovejas”, sino también ahora que Francisco los alienta a amoldar su actuación, a las páginas vivas del Evangelio.

Las ocho llaves

Las “Bienaventuranzas del obispo” empiezan con un llamado a ser “Pobre y generoso”, a asumir la pobreza y el compartir como un testimonio de vida que anticipa el Reino de los Cielos entre nosotros. Algo que marca un norte para los demás pastores a su cargo, como son los presbíteros y demás consagrados.

Invita, asimismo, a “Saber llorar”, como un símbolo de que el pastor de una grey debería reflejar en sus lágrimas, que comprende bien y se conmueve con los sufrimientos de las personas y con el cansancio de sus sacerdotes, mientras él mismo siente el consuelo de Dios cuando abraza a cada uno de ellos.

Es feliz el obispo que no busca el poder, sino que está “Al servicio” de su pueblo, siendo la mansedumbre su fuerza vital y otorgando a todos el derecho de habitar la tierra prometida, sin exclusiones ni sectarismos.

Hay un llamado a “Ser cercano”, para lo cual los invita a no encerrarse en palacios de gobierno, que los convierte en unos burócratas agitados por las estadísticas y las cifras, sino, en vez de ello, a ir por las historias de vida que tienen rostros, anhelos, sueños de justicia, a la vez que les recuerda que su alimento diario debe ser la oración en silencio por todo ello.

Misericordia y miseria es el camino que enseña el santo padre para “Ser compasivo”, de tal modo, que el pastor tenga un corazón preparado para el mundo. Es decir, que mire de frente la miseria del mundo, que se ensucie las manos con el barro del alma humana, que no se escandalice ni margine al pecador, sino que, con la mirada del Crucificado resucitado, selle a todos con el perdón infinito.

Frente a una necesidad urgente por la transparencia en la Iglesia, el santo padre pide a los obispos actuar “Sin doblez”. Y es categórico al pedirles que dejen de lado cualquier dinámica ambigua, para permitir que el bien se refleje en medio del mal y no viceversa.

Jesús lo reconocerá como bendito de su Padre a aquel obispo que “Busca la Paz”, lo que debe reflejarse en un acompañamiento en los caminos de reconciliación y fraternidad de aquella sociedad que esté dividida, mientras siembra y promueve la semilla de la comunión en sus sacerdotes.

Finalmente, aunque no menos importante, es el llamado a “Ser valiente” y que, con rostro decidido, sigue apostando por el Evangelio y va contracorriente cuando haga falta. Lejos de esta actitud bienaventurada, estará el pastor que se reprime ante las incomprensiones y los obstáculos, ignorando la certeza de que el Reino de Dios sigue avanzando en medio de las contradicciones del mundo.

Si bien todos somos Iglesia, el rol del obispo es insustituible para la expansión del Evangelio junto a sus fieles y consagrados. Esto es algo que el papa Francisco lo sabe bien y así se ha dejado entender con las “Ocho Bienaventuranzas”, promovidas en un lenguaje llano y simple, aunque no menos alentador y desafiante.

El obispo, ante ello, puede reafirmar su ministerio en la figura de Moisés ante el ejército de Amelec (cf. Ex. 17, 11-13), que “cuando levantaba sus brazos, Israel ganaba la batalla; pero cuando bajaba sus brazos, Amalec comenzaba a ganar”. Pero también debe consolarse al saber, que tal como le sucedió a Moisés cuando se cansaba, dos israelitas le sostenían los brazos para asegurar la victoria.

Por ello, nada mejor que la sinodalidad entre fieles, consagrados y pastores, cuando estos últimos no puedan mantener los brazos firmes y en alto, como los tiempos se lo demandan.