Tribuna

‘Adú’, Goya al mejor director: un infierno en cada rostro migrante

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Durante 2018, unos 70 millones de personas en todo el mundo dejaron sus hogares en busca de un vida mejor. Más de la mitad eran menores. Este dato sobrecogedor, que precede a los créditos finales de ‘Adú’ –el incierto viaje en la ficción de uno de esos números con rostro– nos apremia a pasar del lamento a la reflexión, de la congoja estéril al valor para cambiar las cosas.



Aquí reside el gran mérito del último trabajo de Salvador Calvo, en su capacidad para despertar en el espectador una mirada global (¿y solidaria?) del mundo, que nos ayude a relativizar –mejor aún, a dimensionar en su justa medida– nuestros “conflictos de ricos”.

Una odisea vital

De camino hacia Europa desde su Camerún natal, la odisea del pequeño protagonista que da título a la cinta nos sumerge en el infierno migrante (hambre, frío, miedo, desesperación, explotación…), pero también en la red de afectos (amistad, protección, generosidad…) que se teje mientras sortea toda clase de obstáculos y se enfrenta a situaciones extremas. Un azaroso periplo, cuyo drama humano nos concede un respiro cada vez que el realizador madrileño alterna en la narración dos nuevas historias paralelas con África como telón de fondo.

La primera reúne en el continente negro a un padre ausente y una hija perdida (Luis Tosar y Anna Castillo, indiscutibles reclamos del cartel), un empresario más pendiente de salvar especies amenazadas que de recuperar el cariño de esa veinteañera recién llegada de España.

La otra trama nos conduce a uno de los puntos calientes del éxodo africano: la valla de Melilla. Allí, varios guardias civiles que custodian la frontera hispano-marroquí son juzgados por la muerte de un joven subsahariano durante su asalto al “sueño europeo”.

Infancias robadas

Y, en este punto, el discurso de uno de los agentes frente a las dudas de su compañero resulta tristemente familiar. Dos episodios, en todo caso, que se antojan casi anecdóticos en contraste con la magnitud de cuanto va experimentando por sí mismo ese niño de seis años (¡qué hallazgo para la gran pantalla el del beninés Moustapha Oumarou!), testigo y altavoz de tantas infancias robadas. A manos de quienes trafican con sus cuerpos y su libertad. Aunque no solo, porque el silencio consentido de sus vecinos del norte ahonda la

herida –ya de por sí sangrante– de esta peligrosa cruzada por la supervivencia. ‘Adú’ constituye un doloroso baño de realidad, salpicado de circunstancias adversas que, sin embargo, no nos impiden disfrutar de las esperanzadoras lecciones de resistencia exhibidas en cada etapa de esta fatigosa ruta (Senegal, Mauritania, Marruecos…). Una invitación, tan incómoda como sugerente, a seguir los pasos de la frágil e indefensa criatura que nos (pre)ocupa en pos de su lejana y ansiada meta. Poco añade esta película a todo lo dicho ya por otras producciones –documentales o no– sobre el tema, pero su director logra aunar conciencia y entretenimiento en un loable ejercicio de compromiso personal y profesional. A tiempo están de aprovechar este inesperado regalo.