Nos ha dolido profundamente la muerte del papa Francisco. Ante todo, porque lo queríamos y admirábamos, porque con sus palabras y, más aún, con su actitud nos animaba al seguimiento de Jesús, nos contagiaba su humanidad tan cercana, humilde y cálida.
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Pero también nos ha dolido porque se va dejando muchos proyectos abiertos, porque lo que hacía era de tal calado que después de la propuesta, venía la implementación, para lo que había que dar tiempo al tiempo porque había que hacerse cargo, viéndolo como una ganancia, y transformar estructuras y mentalidades muy consolidadas.
Nos quedamos sin saber si el que venga asumirá lo que está en marcha hasta implementarlo o si lo ladeará o incluso lo contradirá. Cada quien es cada quien. No podemos pedir otro papa Francisco, pero sí alguien que se haga cargo de lo que está en juego, que es nada menos que la existencia de la Iglesia como la quiso Jesús: como Pueblo de Dios.
Reformas del Sínodo
Nos referimos a las medidas, tan incisivas para la institución eclesiástica, del ‘Documento Final’ del Sínodo y su prolongación a tres años más. Nos referimos también a la reforma de la Curia; y, sobre todo, a la reubicación de la institución eclesiástica en el seno del Pueblo de Dios; y a su ubicación como Papa en el orden mundial de una manera tan abierta y decidida a favor de los de abajo y en contra de las instituciones económicas, mediáticas y políticas que oprimen, excluyen y hacen ver las cosas de modo que no hace justicia a la realidad.
Pedimos a Dios de todo corazón que el papa que venga se haga cargo de la trascendencia de lo que está en juego y, con el mismo Espíritu de Jesús, lo prosiga, obviamente que con su estilo, que es propio de cada uno.
Y también pedimos que todo lo que Dios nos ha hablado por medio de él no caiga en el olvido con su ausencia, sino que lo cultivemos asiduamente como individuos, grupos e instituciones.
No ha sido un papa más
El papa Francisco no ha sido un papa más; marca un hito en la Iglesia católica. No se definió por su pertenencia a la institución eclesiástica, sino por su seguimiento a Jesús de Nazaret en el seno del Pueblo de Dios. Así lo dijo desde el comienzo, al asomarse desde el balcón a la Plaza de san Pedro después de su elección: “Comenzamos este camino, obispo y pueblo”.
Era cristiano con todos. Olía a oveja porque era una oveja más. Esto, tan elemental y decisivo, no es obvio en la institución eclesiástica desde hace muchos siglos. Lo esperado es que el jerarca se defina, al menos de hecho, por su cargo, que, en el mejor de los casos, lo entiende como la misión en favor del Pueblo de Dios, una misión que lo constituye y define; quedando, de hecho, de lado su pertenencia básica al Pueblo de Dios. Francisco, en cambio, era uno del Pueblo de Dios. Tenía la misión de ayudar a todos sus compañeros a unirnos en el Espíritu de Jesús y en su seguimiento y misión, pero desde adentro y desde abajo y sin sustituir a nadie, sino, por el contrario, avivando los dones de cada uno.
Con el amor del Buen Pastor
Por eso, olía a también a oveja, porque era pastor que conocía a las ovejas y las conocía por dentro porque las amaba con el amor del Buen Pastor y, con ese amor –realmente humanísimo y trascendente– las acompañaba desde dentro y guiaba adonde había comida abundante y nutritiva: a los santos evangelios y, desde ellos, al seguimiento actual de Jesús.
Y las cuidaba de los lobos y los falsos pastores: los que se creían dueños de la parroquia o diócesis que regentaban y se relacionaban con los feligreses como si fueran sus súbditos. Por eso Francisco hablaba, como Jesús, el lenguaje de la gente y no la jerga de los eclesiásticos. Y hablaba de Jesús respecto de lo que la gente vivía y traía entre manos; y lo hacía desde la perspectiva del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es la perspectiva que nos reveló Jesús.
Y por eso, como Jesús, hablaba a todos y hablaba, repito, de lo que traían entre manos, en lo que se jugaba la calidad humana. Y hablaba siempre con calidad humana, porque toda su vida de pastor se abocaba a que hubiera calidad humana y, más en concreto, la calidad que se da en la vida de Jesús y que nosotros la alcanzamos, a la medida del don recibido, al hacer lo equivalente de lo que él hizo en nuestro momento y en nuestra situación, que en eso consiste seguirlo.
Hijo y hermano
En concreto, Francisco no se creyó superior a nadie porque se sentía como un hijo de Dios, como todos los cristianos y, en el fondo, como todos los seres humanos, en Jesús de Nazaret, el Hijo único y eterno, que nos hizo hijos al llevarnos realmente en su corazón de Hermano. Por eso, tampoco se sintió superior a nadie, porque se sabía hermano de cada uno y de todos porque a todos nos hermana estar juntos en el único corazón de Jesús. No hay mayor horizontalidad que la de vivir como hermano de todos en Jesús de Nazaret.
Él trataba de representar a Jesús viviendo y hablando como hijo de Dios en el Hijo y como hermano de todos en el Hermano universal. Representarlo significaba para él hacerlo realmente presente en cada coyuntura y ayudar lo más posible a que todos lo percibieran así y lo vieran como lo veía él: como el mayor tesoro posible.
Él trató de encaminar a toda la Iglesia y, más en particular, a toda la institución eclesiástica en esta dirección y trató de que tomara esa fisonomía: que no se viera como se ven los representantes del orden establecido, como los que están arriba y mandan, sino como los que pertenecen al Pueblo de Dios y, desde la convivencia habitual con ellos, para hacerse cristianos juntos, ayudar a que todo esté impregnado de Jesús de Nazaret, y no, como en el orden establecido, desde la lógica institucional y para provecho de los que mandan. (…)
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Índice del Pliego
Dolor
Un cristiano papa
Representó a Jesús como hermano de todos en el Hermano universal
La jerarquía al servicio del Pueblo de Dios desde su pertenencia a él
Caminar juntos en seguimiento mancomunado y personalizado de Jesús
Su misión abarcó a toda la humanidad porque a todos nos lleva Jesús en su corazón
Sirvió concretamente a cada persona y a cada pueblo
Hablaba con el corazón
Oren a Dios por mí