Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Zaqueo, mi “patrono cuaresmal”


Compartir

En cuestión de fiestas, como en todo, también lo afectivo juega un papel esencial. Las experiencias de la infancia, lo que se ha vivido en la familia o lo que es costumbre en el lugar donde nos hemos criado marca la manera en que sentimos los festejos. Desde esta clave, tengo que reconocer que los carnavales no tienen para mí las resonancias de quienes son de Canarias, de Cádiz, o de Río de Janeiro, sino que apenas me recuerdan que estamos a las puertas de la cuaresma. Puestos a hacer confesiones públicas, tengo que decir que los años y las canas también se me van notando en el modo en que me sitúo ante este nuevo tiempo litúrgico. Quizá las prisas que marca la agenda han colaborado, pero hubo un momento en la vida en que la cuaresma se me hacía especialmente larga. Tampoco ayudaba nada mi manera de encararla.



Propósitos cuaresmales

Durante mucho tiempo, con una insistencia encomiable, me hacía propósitos. Para cuando llegaba la segunda o la tercera semana, ya había confirmado que, una vez más, tampoco ese sería el año en que consiguiera llevarlos adelante y mucho menos el año en que me convirtiera. A medida en que pasa el tiempo y se me acumulan las canas, he empezado a intuir el persistente problema de perspectiva en el que tantas veces he caído. Con la mejor de las intenciones y el más vivo deseo de vivir este tiempo litúrgico como una oportunidad de crecer en lo humano y en lo creyente, no es difícil que acabemos fijándonos más en qué queremos cambiar nosotros que en dejarnos encontrar por el Señor, que todo lo transforma. Claro, nuestra capacidad de transformación a golpe de empeño y voluntad suele ser muy limitado, al menos en mi caso.

Este año, que he adoptado a Zaqueo como “patrono cuaresmal” (cf. Lc 19,1-10), voy a intentar cambiar el enfoque. Y es que todo sería bastante distinto si, en vez de fijarnos tanto en nuestra “baja estatura” humana, esa que nos gusta tan poco, que hiere nuestro orgullo y que nos hemos empeñado mil veces en “estirar” a golpe de buenos propósitos, prestamos más atención a la mirada de Jesús. Esa que se alza hasta toparse con la nuestra para poder decirnos, una vez más, que su deseo es quedarse hoy en la intimidad de nuestro hogar. Quizá con este cambio de perspectiva no vuelva a tener que reconocer en la tercera semana que, por más que me estire, no puedo crecer ni un centímetro por mí misma y me dé, más bien, por rastrear sicómoros a los que encaramarme para dejarme mirar y transformar por Aquel que trae la salvación a nuestra casa.