Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

¿Y? ¿O? Cuánto nos cambia la vida una letra…


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Si observamos en profundidad algunos de los fenómenos que nos generan más incertidumbre en la actualidad, podemos ver que muchos de ellos se originan por la división y disociación, entendiendo malamente que estamos separados unos de otros, cuando la realidad es justamente la contraria. En las guerras y conflictos que hoy padecemos en el mundo y en nuestro país, muchos ven a los otros como amenazas, enemigos o contrarios que hay que someter o destruir por ser diferentes, sin darse cuenta de que solo generan más violencia, venganza y un mal uso de los recursos para destinarlos a la destrucción.



En las enfermedades mentales, soledad y sin sentido que tantos sufren, son muchos los que se viven a sí mismos como compartimentos separados, sin poder integrar sus sensaciones, sentimientos, pensamientos y mociones armónicamente y, por ende, se vinculan tóxicamente con ellos mismos, con los demás y van creando(se) infiernos de relación para ellos y los que los rodean.

Diferentes disyuntivas

En lo personal, cuántas veces nos vemos tironeadas por disyuntivas como “trabajo o familia”, “mamá o pareja”, “jefa o amiga”, buena persona o asertiva”… Podríamos decir que una gran “O” que separa y divide nos está matando lenta e inexorablemente como personas, sociedades y humanidad, olvidando la verdad de que estamos todos unidos (la tierra, los seres humanos y las diferentes dimensiones que nos conforman) y que nos afectamos unos a otros, para bien o para mal.

Pensemos en la Re-evolución de la “Y”. La idea es generar una verdadera revolución de amor, que nos permita revertir el camino y aprender a poner una gran “Y” en nuestro modo de vincularnos. En la medida en que cada vez más personas se den cuenta de que somos seres orgánicos y no máquinas, que vivimos en relación de interdependencia, que somos hermanos y vivimos en la misma casa que hay que cuidar, la esperanza de un mundo nuevo surgirá como verdadera posibilidad.

ternura beso

Luces y sombras

La propia experiencia o percepción de nuestras luces y sombras nos puede ayudar. Ciertamente, cada persona posee dones, talentos, virtudes, capacidades y características que lo hacen buena, verdadera y bella. Así, también cada uno de nosotros también posee heridas, desórdenes, defectos, discapacidades y faltas que nos hacen imperfectos a nuestros ojos. Si solo nos analizamos con estos pares antagónicos, podríamos volvernos locos en una suerte de identidad polarizada o extremista que oculta alguno de los dos ámbitos propios de la experiencia humana.

Sin embargo, si a cada uno de estos puntos le sumamos una realidad que nos creó, nos amó, nos recorre en cada respiración, que nos sostiene vivos con energía amorosa, que permite y saca provecho de ambas partes, que nos conoce, que venimos de ella y a ella volveremos una vez que dejemos el cuerpo físico, podemos aceptarnos, amarnos y desplegar el máximo potencial de nuestro ser.

La “Y” como la clave de ingreso a la red amorosa

La “Y” es un punto de partida para no poner estancos, trancas y diques en nosotros mismos y ser conscientes de que tenemos mil facetas, rostros, relaciones y vínculos que nos constituyen y que conocerlos, aceptarlos, integrarlos, repararlos (si fuese necesario) es el propósito de la vida y el camino a la felicidad (y no el consumo ni el individualismo que nos va a matar).

Así, también la “Y” es la que nos permite hacer puente con otros y conocer, aceptar, integrar, reparar y aprender de su riqueza, historia, percepción y originalidad. Armando este tejido humano de mutua aceptación, podemos empezar a dejar de acaparar, de desconfiar y de competir por la supervivencia, por lo superfluo y mundano, y podemos transitar a un modo colaborativo, donde la relación con la tierra y sobre todo con los más débiles y vulnerables es parte fundamental.

La “Y” v/s la “O”

Vivir todas nuestras vinculaciones (incluido el vínculo con nosotros mismos), integrando y sumando aspectos, no solo es realista, sanador y generador de más vida, sino que también nos ayuda a entender por qué somos cómo somos, nos permite discernir mejor en cada situación y, sobre todo, nos ayuda a respetar al “otro” (los demás y la tierra) como un ser igualmente complejo y maravilloso con el que nos complementamos mutuamente.

  • Dialogo y escucha: nadie es superior o inferior por naturaleza. Por lo tanto, el diálogo y la escucha pasan a ser el canal de construcción. Nadie impone su verdad, sino que entre todos se va edificando, considerando todos los puntos de vista, entendiendo las diferentes historias, percepciones, sensibilidades, lógicas e intereses de cada cual.
  • Cuidar la relación: vivir con el “Y” hace que lo más importante a cuidar sea el vínculo, ese nosotros que nos envuelve. Ya no se trata en primer lugar de ganar o tener la razón, sino de armonizar y cuidar el equilibrio en los vínculos con los demás y con la creación.
  • Aprendizajes y enriquecimiento mutuo: las ideológicas radicales se atenúan o desaparecen al ver a los demás como personas iguales. Con el “Y” se podrían evitar guerras y conflictos por la diferencia, sea cual sea, porque surge el aprendizaje de otros modos de vivir, costumbres, valores y tradiciones que jamás habríamos desarrollado en forma aislada.
  • Desaparición del otro como enemigo: quizás esto es lo más hermoso del “Y”, ya que, al ver a los demás como hermanos, parte de nuestro propio ser y, en interdependencia permanente, surge la exigencia del entendimiento, del esfuerzo por comprenderse, de las búsquedas más creativas que nos permitan coexistir y no matarnos o destruirnos unos a otros. La “Y” asume el conflicto como una realidad de la vida, de la creación; por tanto, parte de ahí para ir a la sana relación.
  • No a la uniformidad: la vida en cambio nos ha demostrado que hay múltiples realidades y diferentes canteras de origen. Existen tantas realidades como sujetos que las perciben y la “Y” viene a ser la unión entre todas esas versiones de la realidad.