David Luque, Profesor en Universidad Complutense de Madrid
Profesor en Universidad Complutense de Madrid

Vendrán las palomas


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Señor,

hace tiempo que las aves que revolotean en la plaza a la que da nuestro salón son más numerosas. Diría que son palomas, más que vencejos o gorriones, porque su silueta es abultada y apenas se distingue un gorgojeo intermitente cuando se encuentran más activas. Aquella mañana preferí quedarme escribiendo en la mesa del salón que tenemos frente al mirador en lugar de subir al estudio. Apenas acerté a redactar un par de líneas torpes cuando, de repente, una paloma golpeó el cristal con una de sus alas y dejó como un pequeño trazo de suciedad al que no di mayor importancia, satisfecho de que el accidente no hubiera ido a mayores. Pero el suceso me sorprendió tanto que se lo comenté a m.j. cuando nos encontramos por la noche, aunque después pusimos alguna serie y lo olvidamos para cuando nos fuimos a dormir.



Sin limpiar

A los pocos días, me levanté más temprano de lo habitual porque quería perseverar en los textos y volví a quedarme frente al mirador del salón. Mientras trataba de dar con alguna estructura, observaba los vuelos erráticos de las palomas en el aire. Súbitamente, una de ellas se dirigió hacia al cristal, pero, a unos escasos centímetros cambió el rumbo, y, en lugar de golpearse con alguna de sus alas otra vez, proyectó un haz de heces oscuras y grisáceas a la ventana, que hasta ese momento estaba transparente y cristalina. Me sorprendió tanto que, en lugar de limpiarlo, cuando m.j. llegó a casa y le conté lo sucedido, le supliqué también que dejara todo como estaba a pesar de su primer estupor.

Una paloma alza el vuelo en pentecostés

Se lo volví a pedir el día que tocaba limpieza general y yo había conseguido terminar un artículo entero escribiendo de nuevo frente al mirador, y refunfuñó entonces como más adelante, cuando se lo volví a rogar pese a que comenzaron a distinguirse al contraluz las huellas que dejaba al abrir o al cerrar las ventanas para airearme mientras escribía ya a un ritmo mecánico. A pesar de su enojo creciente, le insistí de nuevo en que dejáramos los cristales como estaban después de aquella noche de lluvia y calima en que el mirador se oscureció por la mezcla de humedad y polvo, mientras yo corregía los textos de los días pasados. Durante todo ese tiempo, las palomas ya no volaban tan cerca, no se había repetido ningún episodio como los anteriores y m.j. prefería pasar el tiempo sola en su habitación que conmigo. Un día, cuando regresé de comprar fruta del mercado, la descubrí limpiando el mirador como quien come criaturas vivas a escondidas sobre un charco de sangre. Lo vi todo tan luminoso de nuevo que no lo asumí como una derrota, pero me dio pena que todo se terminara justo entonces, cuando había empezado a comprender que el pensamiento también se nutre de la oscuridad.

Sinceramente tuyo,