Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Un vino para calmar la sed de encuentro


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No tengo muy claro si es una virtud o un pecado, pero, por más ocupada que esté, no me resisto a una propuesta de hacer algo con otros, especialmente si es alrededor de una mesa. Ya lo dice sobre mí un amigo, convencido de que me apunto al bautizo de una muñeca. El otro día, mientras comíamos unas compañeras, alguien comentó que nuestra forma de beber vino es sacramental. Puede parecer un poco “deformación profesional” entre profesoras de teología, pero el calificativo tiene todo el sentido, pues no lo hacemos nunca solas ni por tener sed, sino en compañía y como expresión de cercanía, de fraternidad y de tener siempre motivos para festejar la vida, venga esta como venga. Aunque, pensándolo bien, quizá sí sea “cuestión de sed”, pero de esa que todos tenemos y que no siempre resulta tan evidente: la sed de encuentro.



“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41,3a)

La sensación de estar sedientos, esa que todos hemos experimentado alguna vez, se convierte en una forma expresiva de hablar de los deseos, de lo que nos impulsa y nos pone en movimiento, porque sentimos que necesitamos calmarla y que algo esencial de nosotros se juega en ello. No es extraño que el salmista utilice esta imagen para hablar del deseo religioso: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41,3a). Tampoco debería resultarnos extraña esa conversación de Jesús con la samaritana, donde Él le pide de beber y ella acaba olvidándose del cántaro, porque ha encontrado en Él a quien es la fuente de agua viva, capaz de sofocar la sed más radical (cf. Jn 4).

Todos compartimos esta condición anhelante y precaria que nos dinamiza y nos lanza a encuentros que sacian por dentro, que descansan el corazón y que nos recuerdan que estamos hechos para salir de nosotros hacia los demás. Quizá la cuaresma tenga mucho que ver con reconocer esa sed que nos habita, darle carta de ciudadanía y preguntarnos de qué modo buscamos saciarla. A lo mejor descubrimos lo “sacramental” de algunas situaciones, esas donde la copa de vino y el plato de arroz son mucho más que un mero alimento, porque lo que nutre y descansa son, más bien, los encuentros que los acompañan. Quizá resulta que eso de apuntarse al bautizo de una muñeca resulta ser más cuaresmal de lo que cabía imaginarse…