Hay dos santos católicos, junto a dos ilustres científicos, entre las personalidades que la Unesco quiso conmemorar en los años 2022 y 2023: se celebró el 850º aniversario de la muerte de Nerses IV el Agraciado, monje armenio, fue Catholicós de Armenia de 1166 a 1173; el 550º aniversario del nacimiento de Copérnico en Polonia; el bicentenario del nacimiento del gran biólogo Gregor Mendel en Moravia (hoy República Checa) y el sesquicentenario del nacimiento de santa Teresa de Lisieux en Francia. La Unesco ha incluido a estos cuatro en la lista de 60 personalidades de todo el mundo cuyos aniversarios deben conmemorarse porque “han contribuido de manera universal al bien de la Humanidad”. Los dos científicos “llevaron a cabo investigaciones que cambiaron el curso de la ciencia”: Copérnico explicó que la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés; Mendel -religioso agustino, como sabemos- sentó las bases de la genética moderna.
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La figura de Teresa de Lisieux se anunció en esta ocasión como “mujer de cultura, educación y paz”. El primer elemento destacado por la Unesco fue, pues, su condición de mujer, porque Teresa es una promotora de la figura femenina en el mundo y del papel de la mujer en las religiones, pero también, como lo expresa el documento en fórmulas modernas, es una promotora de los derechos de la mujer, de la igualdad y equidad de género, de la inclusión, del lugar de la mujer en la consecución de grandes ideales… Sí, todo eso se puede destacar en la joven Teresa y es muy significativo que un organismo internacional como la Unesco lo haya querido hacer en modo solemne pero la joven carmelita es mucho más.
Con hipersensibilidad
Se trata santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Doctora de la Iglesia, a quien el Papa san Pío X llamó “la más grande santa de los tiempos modernos” y a quien el Pío XI calificó más tarde como “huracán de gloria” y declaró patrona de las misiones en 1927. En 1944, Pío XII la incluyó entre los patronos de Francia, y en varias ocasiones abordó el tema de la infancia espiritual. A Pablo VI le gustaba recordar su propio bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de santa Teresa. Juan Pablo II, que la proclamó Doctora, la llamó “experta en la scientia amoris“, la scientia que ve compendiada en el amor toda la verdad de la fe, Teresa la expresa principalmente en el relato de su vida, publicado un año después de su muerte, la Historia de un alma. Es un libro que tuvo inmediatamente un gran éxito, se tradujo a muchas lenguas y se difundió por todo el mundo.
Marie Françoise-Thérèse Martin nació en Alençon (Francia) el 2 de enero de 1873. Sus padres fueron Louis Martin y Zelie Guérin, matrimonio ejemplar. Era la última de los nueve hijos de esta santa familia, de la que sólo sobreviven cinco: Marie, Pauline, Léonie, Céline y ella. Durante su primer año, Teresa tuvo que ser cuidada por una enfermera porque a su madre le diagnosticaron cáncer de mama. Sus primeros años fueron felices, pero a los cuatro años murió Madame Martin, suceso que afligió tanto a la pequeña Teresa que cambió su vivacidad y expansividad por timidez, silencio e hipersensibilidad a pesar de la gran dulzura de su padre y sus hermanas.
Una carrera gigantesca
El padre y sus hijas se trasladaron entonces a la ciudad de Lisieux para estar cerca de sus tíos, y allí transcurrirá Teresa toda su vida. Una vez en su nueva casa, aquejada de una grave enfermedad nerviosa, la santa fue curada por una gracia divina, que ella llamó la “sonrisa de Nuestra Señora”. Recibió entonces la primera comunión, que vivió con gran intensidad, y puso a Jesús presente en la Eucaristía en el centro de su existencia. Su hermana Pauline, de dieciséis años, se convirtió en su segunda madre. Cuando cinco años más tarde ésta ingresó en el Carmelo, Teresa experimentó una segunda sensación de pérdida, peor que la anterior.
La que ella misma llamó la “gracia de Navidad” de 1886 marcó el gran punto de inflexión, que ella consideró su conversión completa. En efecto, quedó totalmente curada de su hipersensibilidad infantil e inició una “carrera gigantesca”. A los 14 años, Teresa se acerca cada vez más, con gran fe, a Jesús Crucificado, y se toma muy a pecho el caso, aparentemente sin esperanza, de un criminal condenado a muerte y no arrepentido. “Quería evitar a toda costa que cayera en el infierno”, escribe la Santa, con la certeza de que su oración lo pondría en contacto con la Sangre redentora de Jesús, como así sucedió. “Tanta confianza tenía en la Infinita Misericordia de Jesús”, escribe.
Arrebatos emocionales
Cuando sus otras hermanas, Marie y Léonie, se marcharon de casa para ingresar en órdenes religiosas (el Carmelo y la Visitación, respectivamente), Teresa se quedó sola con su última hermana, Céline, y su padre. Teresa nos cuenta que quería ser buena, pero que tenía una extraña manera de ser. Esta pequeña reina mimada de su padre no quería hacer las tareas domésticas. Teresa quería entrar en el Carmelo para unirse a Pauline y Marie, pero ¿cómo iba a convencer a los demás de que podía soportar los rigores de la vida carmelita si no podía controlar sus propios arrebatos emocionales?
En noviembre de 1887, Teresa peregrinó a Roma con su padre y su hermana Céline. Para ella, el momento culminante fue la audiencia con el Papa León XIII, a quien pidió permiso para entrar en el Carmelo de Lisieux a la edad de 15 años. Un año más tarde, su deseo se hace realidad: se convierte en carmelita, “para salvar almas y rezar por los sacerdotes”. Al mismo tiempo, comienza también la dolorosa y humillante enfermedad mental de su padre. Es un gran sufrimiento que lleva a Teresa a contemplar el Rostro de Jesús en su Pasión. Así, su nombre de religiosa -Hermana Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz- expresa el sufrimiento de saber que su padre está en una institución para enfermos mentales y a la vez se convierte en un programa de toda su vida, en comunión con los misterios centrales de la Encarnación y de la Redención.
Auténtico acompañamiento
En el Carmelo, Teresa se sumerge en la lectura de la Sagrada Escritura, y en modo especial de los Evangelios, donde ve huellas de Jesús. Pero también la lectura del Antiguo Testamento, donde el profeta Isaías habla del amor maternal de Dios y del Siervo de Yahvé, la conmueve profundamente. San Juan de la Cruz se convierte en su maestro espiritual, cuya lectura le impulsa a profundizar en el camino del amor. También comienza a mantener una correspondencia epistolar con dos misioneros; no sólo un apoyo fraterno, sino un auténtico acompañamiento espiritual. En una época en la que muchos cristianos se ofrecían como “víctimas a la Justicia” para aplacar la ira de un Dios que consideraban airado, Teresa por el contrario -y aquí está una de sus intuiciones magníficas- se ofrece a su amor misericordioso, sabiendo que la Justicia divina -como todos los atributos de Dios- está siempre impregnada de su infinita misericordia, como bien recordaba el salmo: “la misericordia y la paz se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Sal. 84, 11).
Teresa era una joven de gran sensibilidad, con talento artístico, compuso ocho obras de teatro que puso en escena personalmente en el monasterio, ocupándose no sólo de la escenografía sino también del vestuario, apareciendo a veces como protagonista. Estas obras se llamaron ‘Récréations Pieuses’. Sus temas incluían episodios evangélicos y la vida de Juana de Arco, como recuerdan algunas fotos de aquella época.
El camino del Cielo
El papa Francisco, en su exhortación apostólica ‘C’est la confiance’ recuerda otro de los descubrimientos más importantes de Teresa, para el bien de todo el pueblo de Dios, que es su “caminito”, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. “Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cualquier momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11, 25)”, dirá Francisco. Teresa cuenta el descubrimiento de su caminito en la Historia de un alma: “A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Hacerme distinta de lo que soy, más grande, me es imposible: debo soportarme por lo que soy con todas mis imperfecciones; pero quiero buscar el camino del Cielo por un caminito recto, un caminito muy corto, un caminito nuevo”.
Dicho camino fácil y corto es el de los pequeños actos de amor y, sobre todo, del abandono en las manos de Dios, que también compara la santa con un ascensor, invento nuevo en su tiempo. Es la confianza plena que, como recuerda el Papa Francisco, “se convierte en entrega al Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la preocupación constante por el futuro, de los miedos que nos quitan la paz”.
Prueba de fe
Hija fiel del Carmelo en su vida escondida en la clausura, diez años después de la “Gracia de Navidad”, en 1896, recibe la “Gracia de Pascua”, que abre el último período de la vida de Teresa, con el comienzo de su pasión en profunda unión con la pasión de Jesús; se en primer lugar trata de la pasión del cuerpo, con la enfermedad que la llevará a la muerte a través de grandes sufrimientos. Ese año tosió sangre, pero siguió trabajando sin decírselo a nadie hasta que, un año después, se puso tan enferma que todo el mundo lo supo. Lo peor de todo es que había perdido la alegría y la confianza en sí misma y sentía que moriría joven sin dejar nada. Su hermana Pauline -superiora de la comunidad con el nombre de Madre Inés de Jesús-, le había hecho escribir sus recuerdos y ahora quería que continuara, para que tuvieran algo de recuerdo sobre su vida después de su muerte.
Pero sobre todo se trataba de la pasión del alma, con una dolorosísima prueba de fe o “noche oscura” en pleno sentido carmelitano. Con María junto a la Cruz de Jesús, Teresa vive entonces la fe más heroica, como luz en las tinieblas que invaden su alma. La carmelita es consciente de que vive esta gran prueba por la salvación de todos los ateos del mundo moderno, a los que llama “hermanos”. Entonces vive aún más intensamente el amor fraterno: hacia las hermanas de su comunidad, hacia los misioneros y los sacerdotes y hacia todas las personas, especialmente las más alejadas.
Irresistible encanto
En este último periodo de su vida vive con toda su dureza la tentación de la fe, como podemos comprobar al leer sus escritos autobiográficos, sus cartas, sus poemas; al leer los testimonios de sus hermanas carmelitas. Al mismo tiempo que nos impresiona su irresistible encanto, que ha cautivado a millones y millones de personas, también podemos intentar caminar de puntillas alrededor de este sol resplandeciente a través de un aspecto que tal vez no aparezca inmediatamente en su historia; a través de una sombra, por así decirlo; a través de la tentación de la oscuridad. Es, fundamentalmente, su valiente lucha contra toda forma de ilusión y, en consecuencia, el realismo extremo que esta joven, que murió con sólo 24 años, había alcanzado precisamente en lo que se refiere a la fe.
En su último manuscrito autobiográfico, escrito a petición de la madre priora poco antes de su muerte, Teresa afirma con toda sinceridad: “Pensaréis, sin duda, mi venerable Madre, que exagero un poco la noche de mi alma. Si juzgáis por los poemas que he compuesto este año, debo pareceros llena de consuelo, una muchacha a la que casi se le ha rasgado el velo de la fe. Y sin embargo… ya no es un velo para mí, es un muro que se eleva hasta el cielo, y cubre el firmamento estrellado. Cuando canto la alegría del cielo, la posesión eterna de Dios, no siento alegría; porque canto simplemente lo que quiero creer. A veces, lo confieso, un rayito de sol ilumina mi noche sombría, y la prueba cesa por un momento; pero después, el recuerdo de aquel rayo, en vez de consolarme, hace más espesas mis tinieblas. Madre mía, nunca he sentido como ahora cuán dulce y misericordioso es el Señor: sólo me envió esta prueba cuando tenía fuerzas para soportarla; creo que si la hubiera tenido antes, me habría sumido en el desaliento. Ahora me quita cualquier satisfacción natural que pudiera haber encontrado en mi deseo del Cielo. Ahora me parece que nada me impide partir, porque ya no tengo ningún gran deseo, excepto el de amar hasta morir de amor“.
Amor por Jesús
Enfrentada a la muerte, Teresa acepta la prueba más fuerte de todas: “Si supieras qué horribles pensamientos me obsesionan. Son los razonamientos de los peores materialistas los que se imponen a mi alma”, leemos en su proceso de canonización.
Esta condición de oscuridad nos habla de una espiritualidad bien lejana de la dulzura gratuita con la que algunos presentan a la gran santa de Lisieux, de las ilusiones o del victimismo complaciente. De hecho, Pío XI se lamentaba y pedía al obispo de Bayeux: “Di para que lo sepan que han hecho la espiritualidad de Teresa un poco demasiado insípida. ¡Qué masculina y viril es! Santa Teresa del Niño Jesús, cuya doctrina entera predica la renuncia “. Ciertamente es un lenguaje de su época, pero trata de denunciar la banalización edulcorada de la vida de esta gran mujer, a pesar de su juventud.
Teresa murió de tuberculosis la tarde del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras “¡Dios mío, te amo!”, mirando el crucifijo que sostenía en sus manos. Estas últimas palabras de la santa no deben entenderse en un sentido trivial o sentimental: en realidad son la síntesis de la ciencia del amor, son la clave de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio. Las sencillas palabras “Jesús, te amo” están en el centro de todos sus escritos, expresado de un modo o de otro.
Intuición espiritual
Tras su muerte, todo volvió a la normalidad en el convento. Una monja comentó que no había nada que decir sobre Teresa. Pero su hermana Pauline como priora recopiló los escritos de Teresa (y los retocó demasiado, por desgracia), enviando 2.000 copias a otros conventos. Debido a la naturaleza personal de las intensas pruebas de fe que sufrió Teresa, Pauline pensó que era mejor filtrar varios de los pasajes personales, disminuyendo con ello en gran medida el elemento humano y cercano de su poderosa autobiografía.
Aún así el “caminito” de Teresa -como ella lo llamaba- atrajo a miles de católicos y otras personas que intentaban encontrar la santidad en la vida ordinaria. Parecería algo simplón pero en realidad era una intuición espiritual de gran calado y muy necesaria en aquellos tiempos en los que todavía se hacían sentir en la vida de los fieles las consecuencias del jansenismo: la santidad está al alcance de todos porque es puro don de Dios, solamente hay que acoger ese don y dejarse guiar por la gracia para ser santo.
Durante su infancia, Teresa sintió una especial devoción por Juana de Arco: como ya hemos dicho, la representaba en obras de teatro y leía mucho sobre ella. Es curioso que estas dos santas fueran canonizadas con cinco años de diferencia, sobre todo teniendo en cuenta que Juana murió varios siglos antes que Teresa. Juana de Arco fue canonizada por Benedicto XV el 16 de mayo de 1920 y Teresa por Pío XI el 17 de mayo de 1925. Este pontífice, gran devoto suyo, la llamó “la estrella de mi pontificado”.
Pensamiento contemporáneo
En 1972, el gran teólogo Hans Urs von Balthasar publicó un artículo sobre santa Teresa de Lisieux en el que constataba en pleno postconcilio que “el fervor de la veneración hacia ella en todo el mundo ha sido seguramente avivado por el soplo del Espíritu Santo” A la pregunta sobre el porqué, él mismo respondía: “Teresa convierte las grandes ideas en el pequeño cambio de cada día: en el momento siempre-ahora distribuye amor a Dios y a las personas que encuentra.” Y añadía con clara ironía: “¿No tuvo esta pequeña Teresa su hora a finales del siglo XIX y principios del XX? Alguien ha dicho irreverentemente que el boom de Teresa ha terminado para siempre”.
Sin embargo, ocurrió todo lo contrario: cuando se propuso al Papa Juan Pablo II la concesión del doctorado de la Iglesia para ella, los promotores de la iniciativa presentaron la realidad de la difusión actual de sus escritos y la influencia que han tenido en el pensamiento cristiano contemporáneo: un sinfín de ediciones de sus obras en casi todos los idiomas del planeta, y de libros y artículos de investigación y divulgación. Además, no olvidemos que en la actualidad la basílica dedicada a ella en Lisieux es el segundo lugar de peregrinación de Francia, sólo detrás de Lourdes. No, el ‘boom’ de Teresa no había acabado.




