Tribuna

Santa Teresa de Lisieux: creo en Dios misericordioso

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El papa Francisco nos acaba de regalar la exhortación apostólica ‘C’est la confiance’ (‘Es la confianza’) con motivo del 150º aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús. El Santo Padre tiene este gesto transcurridos unos meses del Jubileo especial dedicado a la Santa de Lisieux durante este año, que también recuerda el 100º aniversario de su beatificación y celebra el homenaje de la joven carmelita por parte de la UNESCO como figura femenina de especial relevancia para la cultura durante el bienio 2022-2023.



Pero el Papa confiesa que ha sido paciente con un propósito: quiere que la espiritualidad de santa Teresita vaya más allá de todas las efemérides, se convierta en un tesoro espiritual de toda la comunidad cristiana y sea para la Iglesia la ocasión de una nueva síntesis evangélica, que nos ilumine lo esencial de la vida cristiana y eclesial.

Doctora de la gracia

¿Y cuál es esta esencia? Desde la perspectiva del Cielo, la más definitiva, que Dios es, sobre todo, misericordia, amor infinito por los hombres. Teresa es una doctora de la gracia, sabe por experiencia que Dios es el bueno, el favorable, el beneficioso. Con su genio particular, indica que a Dios solo se le puede entender bien desde la perspectiva de su divina filantropía: su revelación es el amor, su poder es el del perdón, su sabiduría es la piedad. Es el Dios verdadero porque es el Dios misericordioso. Ojalá, los portadores de muerte de estos días de guerra que gritan la grandeza divina escucharan este evangelio teresiano.

Desde la perspectiva del suelo, la nuestra, la esencia del cristianismo está en la confianza. “Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas”, dice el Santo Padre (n. 2). Esta confianza, que es el estilo sencillo de la fe que vive Teresita, abre al don de Dios, lo espera, cree que está a punto de venir. Entonces, la realidad y la vida se manifiestan como tejidas en su urdimbre más profunda por la benevolencia de Dios: “¡Todo es gracia!”.

El Papa, con un icono de Teresa de Lisieux

Se deja llevar

Teresa es la doctora de esta docilidad. Como un niño confiado en su padre, Teresita se deja llevar. Es el famoso «caminito» de la Santa de Lisieux, que se recorre dando pasos pequeños, a la medida de nuestra impotencia. La debilidad se convierte en el lugar privilegiado para la experiencia de Dios, para encontrarle, para apoyarse en Él, para dejarse hacer. Hay aquí una mística de la vida cotidiana preciosa: la intimidad de Dios al alcance de todos los hombres –preparando la llamada universal a la santidad del Concilio Vaticano II–, pequeños y pobres como somos, mucho más semejantes a los niños, que a los superhéroes que idolatramos y aparentamos ser.

Todo es pequeñez en el hombre, menos su deseo hondísimo de Dios y de vivir unido a Él. Empujados por este deseo, conscientes de nuestra debilidad, Dios mismo será nuestra santidad.

Hacia el prójimo

Se llega así a la tesis más original de la carta, lectura personalísima de Francisco: “La confianza nos lleva al Amor y así nos libera del temor; es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos […]. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y energías disponibles para buscar el bien de los hermanos” (n. 45). Para el Papa, el caminito nos conduce inmediatamente al prójimo. En la joven carmelita fue exactamente así: la experiencia mística de su debilidad –corporal cuando la tuberculosis la hirió mortalmente, y espiritual cuando la oscuridad envolvió su fe– la hizo solidaria con todos los hombres, hasta el extremo.

En la noche de la fe, encontró una empatía, literalmente, con los hombres más desgraciados, los incrédulos, los ateos, los pobres que no tienen la única riqueza que cuenta: la presencia de Dios en sus vidas. La Iglesia redescubrió en Teresita la amplitud verdaderamente católica de su misión, llamada a alcanzar las periferias más lejanas, como nos recuerda constantemente el Papa.

Patrona de las misiones

Tiene todo el sentido que patrocine, desde su claustro, las misiones, al lado de san Francisco Javier. ¿Quién hay más lejos de Dios que el hombre sin fe? ¿Quién puede ser misionero si no compadece? La confianza nos llena del amor misericordioso de Dios, y nos hace ser instrumentos de amor en medio de los hombres, por desborde. Así hizo amar a Jesús Teresita, con su vocación personal, en su familia y en su Carmelo, y tras su muerte, con tantos signos y favores –¡una lluvia de rosas!– atribuidos a su intercesión.

Sabemos que el papa Francisco tiene un afecto peculiar y una devoción viva por santa Teresita, que se visibiliza fácilmente en esta carta. Sabemos, por sus propias palabras, que acude a ella cuando la vida sobrepasa las fuerzas y todas las habilidades de planificación y control: cuando hay que emprender un viaje delicado, cuando no se sabe bien cómo los grandes proyectos se van a desenvolver sin enredos… En fin, cuando hay que ser especialmente dócil a la voluntad divina.

En estos días confusos que son los nuestros, con sus discusiones eclesiales, con tantos desafíos económicos y sociales para las familias, con esas estrategias militares que anuncian tanto dolor, la Providencia nos ha hecho un guiño volviendo nuestra mirada a Teresita, maestra de amor y de confianza.

Jaime López Peñalba es profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso.