¿Son buenas las mujeres?


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Unas semanas atrás apareció en este espacio una entrega que se titulaba: “¿Son malas las mujeres?”, a propósito de la figura bíblica de Jezabel. Y mi amiga Teresa, infatigable confrontadora de estos pequeños textos, me preguntó si iba a escribir sobre las buenas mujeres. Pues recojo el guante y aquí va mi aportación.



Naturalmente, si en la Biblia aparecen malas mujeres, también lo hacen las buenas. Y no me refiero tanto a figuras individuales, sino a la mujer en cuanto que encarna lo positivo y logrado.

Eva, “la madre de todos los vivientes”

La primera de estas mujeres, sin ir más lejos, es la propia Eva, llamada por Adán “la madre de todos los vivientes” (Gn 3,20). En efecto, lo mismo que Adán es símbolo de todo el género humano, así también lo es Eva.

Algunos autores han querido ver en el apelativo “mujer” que Jesús dirige desde la cruz a su madre (Jn 19,26) un eco de esta mujer primordial del Génesis, que resume en sí a todo viviente (en el caso del evangelio, a todo creyente).

En Isaías hay varios pasajes en que Israel –Jerusalén, Sion– es descrito como una mujer. Por ejemplo: “Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada –dice el Señor–. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas, porque te extenderás de derecha a izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sientas ultrajada, porque no deberás sonrojarte. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, no recordarás la afrenta de tu viudez. Quien te desposa es tu Hacedor: su nombre es ‘Señor todopoderoso’. Tu libertador es el Santo de Israel: se llama ‘Dios de toda la tierra’. Como a mujer abandonada y abatida te llama el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero –dice el Señor, tu libertador–” (Is 54,1-8).

Representación de Adán y Eva

Eco de esta ciudad-mujer –encarnación del pueblo liberado o salvado– es la Jerusalén celestial del libro del Apocalipsis: “Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía: ‘He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el Dios con ellos será su Dios’” (Ap 21,2-3).

Aunque no tenga por qué ser su valor principal, el hecho de engendrar y dar a luz la vida hace que la figura femenina pueda representar lo mejor de la humanidad.