Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Somos un simulacro


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El lenguaje siempre da juego, nos hace pensar y nos refleja. Con razón decimos que lo que no se nombra no existe. También decimos que somos en gran medida lo que nos contamos, el relato que creamos y compartimos. Solo es una parte, sin duda. De hecho, a veces, nos empeñamos en contarnos que sentimos cosas que no sentimos o que pensamos cosas que en realidad no forman parte de nuestra visión de las cosas. Y, a veces, lo acabamos creyendo, logramos deshacer la disonancia cognitiva (así lo llamó el psicólogo Leon Festinger).



En otras palabras, el lenguaje, como todo lo nuestro, está a nuestro servicio. De nosotros depende cómo usarlo. Cuando lo que deseamos, creemos y hacemos no coincide, surge la disonancia, nos sentimos mal, la contradicción honda y permanente nos incomoda, nos daña. Nos va rompiendo por dentro. El modo de resolverlo es muy variado, pero si no se afronta con verdad, lo más frecuente es el autoengaño. Nos hacemos trampas al solitario, como dice el dicho. Es decir, intentamos resolver el malestar distorsionando lo que somos hasta que todo encaje: nos convencemos de sentir cosas que no sentimos, compramos un discurso que en realidad no pensamos y hacemos o dejamos de hacer lo que haga falta para convencernos de que todo está en su sitio.

La disonancia

Lo malo (o lo bueno) es que estamos tan bien hechos que cerrar ese malestar en falso nos vuelve una y otra vez en forma de añoranza, de tristeza, de culpa, de insatisfacción… En realidad, la disonancia nos avisa, nos protege. De nosotros depende cómo la resolvemos. Por eso hay personas que bajo la apariencia de una profunda coherencia personal solo están atrapadas luchando su propia batalla por parecerlo, incapaces de decirse con verdad. Quizá por indecisión, por falta de claridad, por miedo… También nos encontramos con personas que pueden parecer frágiles y volubles, pero viven con más armonía interior y verdad que cualquiera de nosotros.

espejo

De vez en cuando, todos somos un simulacro de nosotros mismos, por desgracia. Es decir, una imitación, algo que no es verdadero, que simula. Hay simulacros de emergencia, de evacuación… y por bien que se lleve a cabo, todos sabemos que no es real.

Pero, ¿sabes lo que dice la RAE que es un simulacro? Lo curioso es que la primera acepción no es esa. Simulacro significa “imagen hecha a semejanza de alguien o algo, especialmente sagrada”. ¿No es curioso? La misma palabra expresa nuestras disonancias y autoengaños (porque todos los demás ya saben que no es verdad) y nuestra capacidad más increíble: estamos hechos, en verdad, a semejanza de lo más sagrado. Lo llevamos dentro. En nuestro ADN. Al menos como capacidad. A partir de aquí, como casi siempre, lo que hagamos depende de nosotros.