Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Sabemos interpretar la tierra y el cielo


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Decía también a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: ‘Va a caer un aguacero’, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: ‘Va a hacer bochorno’, y sucede. Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?”.

Lucas 12, 54-55



En ocasiones Jesús se muestra soflamero, acusador, se podría decir que, demagógico. Esta parece una de esas ocasiones. No suelo hacer demasiado caso a las personas que me hablan en este tono. Pero, como me ocurre con las personas de cierta autoridad moral y que ya me han demostrado lo que son, ante discursos como este separo las formas del fondo y luego hago el esfuerzo de entender esas formas.

Resolver los problemas de la humanidad

Y así, en este pasaje de Lucas, descubro un acertado y conveniente rapapolvos a una cultura, la nuestra, que, endiosando a la técnica, convirtiendo el discurso científico en verdad indiscutible y sustituyendo la utopía por el progreso tecnológico, es incapaz de resolver, no solo los acuciantes problemas de la humanidad, si no los problemas esenciales del hombre mismo.

Sin duda, nos encontramos en un momento privilegiado de la historia: la capacidad del hombre para intervenir en la creación está en límites insospechados hace apenas cien años. Sin embargo, sabemos predecir el aguacero, pero no sabemos juzgar lo que es justo y es injusto. Sabemos diseñar vacunas en tiempo récord para salvar a los nuestros, pero no sabemos paliar el efecto de enfermedades curables en muchos lugares del planeta. Sabemos diseñar sofisticados planes de ingeniería financiera, pero no sabemos dar solución a la precariedad económica de miles de millones de seres humanos y, mientras, la tecnología agroalimentaria sigue permitiendo hambrunas de manera casi endémica en lugares del planeta. Convivimos con redes de comunicación e información de eficacia insospechada, pero no somos capaces de construir una verdad sustentada en el valor de la persona. Conocemos la riqueza de todo el legado cultural que nos dejaron los que tanto aportaron antes que nosotros, pero no conseguimos que la educación sea un instrumento capaz de romper con la brecha socioeconómica que se evidencia cada vez más en nuestra sociedad. Ya son inabordables los estudios llevados a cabo en los campos de la psicología o la neurociencia, y sin embargo las tasas de enfermedades psiquiátricas están disparadas. Teorizamos sobre cuestiones políticas como consenso, diálogo, democracia, corresponsabilidad o representatividad como nunca se ha hecho, pero seguimos entendiendo los equilibrios de poder y, en última instancia, la guerra como una solución.

Hipócritas: en pleno siglo XXI sabemos interpretar cualquier aspecto sobre la tierra y el cielo, pero seguimos permitiendo que la humanidad ‘gima y sufra dolores de parto’.

Conviene sacudirse el polvo.