¿Qué significa santiguarse?


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El día 25 de julio sucedió algo en la catedral de Santiago que ha traído bastante cola: a diferencia del resto de la familia real, la reina Letizia no se santiguó. El hecho ha sido discutido en todas las tertulias –políticas o del corazón–, reuniendo a partidarios y detractores.



Líbreme Dios de entrar al trapo de la polémica, pero el asunto viene bien para abordar el asunto de qué significa santiguarse. Hay que partir de la base de que probablemente no exista una “imagen de marca” –como se dice en el mundo de las empresas y el marketing– tan efectiva, es decir, una marca o emblema tan eficaz a la hora de poder identificar al grupo que la esgrime, como la cruz.

El cordero para la cena de Pascua

Tan poderoso era el signo de la cruz que Justino mártir, un apologista cristiano del siglo II, incluso percibe una referencia a ella –y por tanto a Cristo– en la forma de preparar el cordero para la cena de Pascua: “Cuando el cordero es asado, se acomoda de tal modo que representa la cruz: una varilla lo atraviesa de las patas traseras a la cabeza, y a la otra, colocada en las espaldillas, se le amarran las patas delanteras” (‘Diálogo con Trifón’ 40,3). En opinión de Justin Taylor, “esta confiscación cristiana –desde la óptica judía– del cordero pascual puede ayudarnos a explicar su desaparición del ‘seder’ –el ritual– de la Pascua judía. Esta se celebra del mismo modo, sin cordero, en todas partes, incluso en Jerusalén”.

Podríamos decir que la señal de la cruz es como el tatuaje que distingue a los cristianos. No hay que olvidar que, en general, al menos históricamente, el tatuaje es una marca de pertenencia: a un grupo humano, a una divinidad… Sin ir más lejos, en el propio texto bíblico encontramos que Dios marca a Caín con una señal (“’ot”) para que todos sepan que, pese a su gran pecado, sigue perteneciendo a la familia divina, y Dios saldrá en su defensa si alguien se atreve a hacerle algún daño (cf. Gn 4,13-15).

Con la señal de la cruz sobre nosotros mismos, los cristianos quedamos marcados en la totalidad de nuestra persona –frente, pecho o estómago y hombros– con la imagen de Cristo muerto y resucitado, detrás de la cual se vislumbra la imagen de la Trinidad Santa: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Una curiosidad: los ortodoxos se santiguan con la punta de los dedos corazón, índice y pulgar juntos, precisamente en recuerdo de la Trinidad.