David Luque, Profesor en Universidad Complutense de Madrid
Profesor en Universidad Complutense de Madrid

Que no comprendo


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Señor,

no comprendo por qué no recibes las cartas que, tras el café con limón de la mañana, cuando salgo a caminar, deposito en el buzón. Apenas cierro los libros de Cela, Umbral y Chesterton que leo estas últimas semanas, recuerdo algunos de los mensajes que te envié y que –insisto– no sé si recibes –el servicio postal cada vez funciona peor, como casi todo–.



La muerte de Aylan

Te escribí cuando murió Aylan, ¿recuerdas?, el niño sirio cuyo cuerpo muerto amaneció en la arena, con los pulmones llenos de agua marina y coral, que alguien recogió como si acabara de encontrar un tesoro esponjoso y lo llevó a un lugar más cálido, aunque sabía que ya era demasiado tarde. Te escribí de nuevo cuando Abdou, que acababa de llegar a Ceuta, rompió a llorar en los brazos de Luna como si el miedo de la noche negra en el mar hubiera dado paso a otro miedo más oscuro que le provocaba espasmos. Hace poco también te escribí porque, a pesar de las advertencias de la periodista del veinticuatro horas, no logré cambiar el canal a tiempo y vi a Samuel muriendo entre espumarajos de saliva y puñetazos, a pesar de que Ibrahima quiso cargarlo sobre sí y llevárselo lejos, lejos de ese telediario, lejos del salón de mi casa, lejos de todas las casas. Te reconoceré que las imágenes del aeropuerto de Kabul no quise evitarlas. La pista de aterrizaje como los domingos de mercado, las escaleras de acceso al avión que crujían, pero, sobre todo, alguien cayendo del tren de aterrizaje cuando el avión alcanzó una altura a la que no sobreviviría o por el golpe o por el frío.

Nadie debería morir así, Señor, pero ojalá yo hubiera estado ahí con unos brazos más fuertes y un cuerpo más sólido para recogerle y perpetuar así, sin ser consciente, esa misteriosa cadena en que parece que un acto desolador desencadena un acto de amor, y cuyo sentido no comprendo. Señor, por favor, no dejes de confirmarme que, por fin, vuelves a recibir el correo.

Sinceramente tuyo.