Desde hace ya algún tiempo se oye hablar de una señora, Leire Díez, a la que llaman la “fontanera del PSOE”, por los supuestos apaños y maniobras que ha llevado a cabo. En una denuncia presentada por unos fiscales se dice que esta señora se presentaba hablando en nombre del PSOE. El nombre, en el ámbito bíblico, tiene mucha importancia, porque el nombre viene a ser la sustancia o el símbolo de la persona.
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La primera mención del nombre la encontramos en las primeras páginas de la Biblia. Concretamente, cuando Dios presenta a Adán los animales que ha modelado: “El Señor Dios modeló de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera. Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo” (Gn 2,19-20). Una manera muy gráfica de decir que el hombre está en la cumbre de una creación cuyo control sobre ella Dios le ha dado.
Adán y Eva
Sin embargo, inmediatamente después, y en un contexto en que se subraya la igualdad radical entre hombre y mujer, Adán pone nombre también a la mujer, a la que el Señor ha sacado de la costilla de Adán: “Adán dijo: ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será ‘mujer’ [‘ishá’], porque ha salido del varón [‘ish’]’” (v. 23). (Curiosamente, más adelante se ofrece otra versión a propósito del nombre de la mujer: “Adán llamó a su mujer ‘Eva’, por ser la madre de todos los que viven” [Gn 3,20].)
Otra mención importante del nombre está en el Decálogo, cuando se manda: “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso” (Ex 20,7; prácticamente igual en Dt 5,11, donde se halla la otra versión del Decálogo). En este caso, el mandamiento está en la línea de evitar que se utilice mal el nombre de Dios, por ejemplo en rituales mágicos o juramentos.
Leire Díez, supuesta ‘fontanera’ del PSOE
Finalmente, y ya en el Nuevo Testamento, el nombre encuentra un lugar importante en el Padrenuestro, donde se afirma: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre” (Mt 6,9; igual en Lc 11,2, la versión lucana del Padrenuestro). Santificar el nombre es tanto como santificarlo a él, es decir, reconocer la santidad de Dios, el único Santo.
Actuar en nombre de alguien equivale, por tanto, a que ese alguien se haga presente en la persona (o institución) que en ese momento lo representa. De ahí la gravedad de lo que esa señora Díez, supuestamente, ha hecho.
