¿Qué celebramos en Navidad?


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En Navidad celebramos varias cosas. Por sintetizar, tres: la Navidad que fue, la Navidad que será y la Navidad que es. Ahora nos vamos a centrar en la primera Navidad de la historia.



De la Navidad que fue, desde el punto de vista histórico, sabemos muy pocas cosas, siendo optimistas. Para empezar, la fecha de celebración el 25 de diciembre se lo debemos a los cristianos de Roma, que, allá por el siglo IV, decidieron que esa era la mejor fecha de celebración, habida cuenta de que era cuando los paganos celebraban el ‘Dies natalis Solis invicti’, la fiesta del nacimiento del Sol invencible. En efecto, a partir de los días del solsticio de invierno, el día empieza a ganar terreno a la noche hasta llegar al solsticio de verano, en torno al 21 de junio, cuando se vuelven las tornas. De esta manera, los cristianos lanzaban el mensaje de que Cristo era verdaderamente ese Sol invicto “que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79), como se dice en el himno de Zacarías, o como esa Luz con la que se identifica Jesús en el cuarto evangelio: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

¿Dónde nació Jesús?

Tampoco está claro el lugar de nacimiento de Jesús. Mateo y Lucas –los únicos evangelistas que narran el hecho– coinciden en que ese lugar es Belén, pero los historiadores no están tan seguros: es muy tentador pensar que Belén fue designado como lugar del nacimiento de Jesús por motivos teológicos. Para aquellos primeros cristianos era importante destacar que Jesús era el Mesías, el Hijo de David. Y una manera de hacerlo era que ambas figuras coincidieran en el lugar de nacimiento. En efecto, el Antiguo Testamento nos informa de que “David era hijo de un efrateo de Belén de Judá llamado Jesé, que tenía ocho hijos” (1 Sam 17,12).

Rizando el rizo, algunos historiadores afirman que la cuna de Jesús es Belén, pero no la Belén de Judá, sino otra localidad galilea que llevaba ese nombre por poseer un molino grande (“industrial”, diríamos nosotros). No hay que olvidar que Belén significa la “Casa del pan”.

En cualquier caso, los evangelios no refieren fundamentalmente detalles históricos del nacimiento de Jesús, sino que proyectan en el relato de ese suceso una convicción, una fe: que Jesús es el Mesías, el Señor.