Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Ocio y negocio: cómo administrarlos para vivir mejor


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Tanto el ocio como el negocio son parte natural del ser humano, y por tanto deben coexistir en equilibrio, sin entrar a demonizar ninguno. Moralmente ninguno es bueno ni malo en sí mismo; la diferencia está en cómo los vivimos. La clave entonces será entonces reconocer y vivir el aspecto virtuoso de ambos y adquirir el mayor equilibrio posible para conquistar una ecología personal, social y medio ambiental que nos permita ver con esperanza el futuro de cada uno de nosotros, de los pueblos y del planeta.



¿Qué es el ocio y de qué tipos existen?

Etimológicamente la palabra viene del latín “otium” que significa “reposo” y se refiere al tiempo que dispone una persona para descansar y aprovecharlo en actividades que no sean meramente de trabajo y que las usa en lo que le gusta e interesa. El ocio es un tiempo de recreación, de descanso mental y físico, de parar lo habitual –distinto a no hacer nada– que es indispensable para vivir sanamente, obtener un mejor rendimiento para el trabajo y para decantar lo vivido, contemplar el presente y crear el futuro. Hay muchos tipos de ocio que enriquecen al ser humano como por ejemplo: actividades deportivas, artísticas, culturales, manualidades, sociales, altruistas y naturales, ya que permiten tanto a todas las dimensiones del cuerpo humano (corporal, emocional, cognitiva y espiritual) nutrirse con nuevos alimentos, personas, relaciones gratuitas y voluntarias, como también a nivel social, las actividades de ocio generan vínculos desinteresados, de camaradería, fraternos y multiplicadores de amor y talentos. Sin embargo, no todo ocio es virtuoso.

Ocios que degeneran y destruyen

Es importante revisar si parte de nuestro tiempo de “no trabajo” lo estamos dedicando a actividades de reposo, pero que no nos hacen bien a ninguna de nuestras dimensiones ni tampoco al tejido social. Entre ellos están por ejemplo el ocio alienante como fundirnos horas en series o en lecturas de redes sociales de información vacía y superficial. También existe el ocio consumista que nos lleva a “querer comprar” la felicidad a través de cosas, viajes, imágenes, diversiones y lujos innecesarios que atentan contra la necesidad de tantos y nos encierran en un mundo egoísta y autorreferente sin más. También hay ocios destructivos del medio ambiente como son aquellos que depredan seres vivos por gusto caza deportiva sin sentido, arrasando ecosistemas o bien nos aíslan de todos y todo a través del internet y las pantallas.

No demonizar el negocio

El hecho de que la negación del ocio virtuoso haya sido la tónica de los últimos años no es correlato de que el negocio sea malo en sí mismo. Una vez más es importante definir de qué estamos hablando y cuál es virtuoso. Para los romanos, otium era lo que se hacía en el tiempo libre, sin ninguna recompensa; entonces negotium, para ellos, era lo que se hacía por algún interés económico. Desde los inicios de la civilización, el hombre y la mujer han debido trabajar para obtener el techo y la comida y satisfacer sus necesidades básicas. Hay Negocios virtuosos y escandalosos. No hay nada malo en la riqueza en sí. Los bienes que obtenemos de los negocios y del trabajo es el fruto justo de nuestro esfuerzo, pero la clave estará en el cómo lo vivimos, para qué lo usamos y cuánto acumulamos. Si al hacer negocios olvidamos los vínculos de igual dignidad con los demás y con la creación y creemos que nuestra vida vale más la pena que la de otros y depredamos y extraemos sin cuidar la sustentabilidad, acumulando y codiciando sin parar, estaremos haciendo negocios que nos empobrecen a todos en la convivencia de hermanos y como humanidad. En definitiva, el negocio será bueno, verdadero y bonito en tanto y cuanto genere vida desde el inicio, el durante y el final del proceso cuidando siempre a las personas y el entorno donde se desarrolla. Es importante elevar nuestra vara de exigencia ya que la ley aún está años luz de lo moralmente aceptable.

Desequilibrio general

El negocio se nutre de todo lo gestado en el ocio y el ocio se alimenta de todo lo obtenido en el negocio. Es un círculo virtuoso para ser compartido con los otros. Así funciona casi todo en el universo y en la vida; todo sistema de relaciones necesita un tiempo de inspiración y otro de espiración; día y noche, verano e invierno, acción y contemplación, actividad y descanso, ying y yang, ya que al estar compuesto por energía en movimiento esta exige un proceso de reposo para reparar, reordenar, purificar, decantar, regenerar y reorganizarse para volver a andar y tiempos de actividad para poner en marcha la creatividad y la reflexión previa. El hacer sin parar, el sólo trabajar va deshumanizando al hombre, lo va empobreciendo, brutalizando y enfermando. Con ello también se va enfermando su comunidad con la desconfianza, la agresión y el individualismo, pagando las consecuencias los más vulnerables y la naturaleza que termina siendo víctima de esta carrera desenfrenada por ganar en todos “los negocios”.

Una conversión “ociosa” para equilibrarnos con el buen negocio

El sistema mundo, las crisis sociales y políticas, la incertidumbre y nuestra propia complejidad actual son alicientes suficientes para darnos cuenta de que el ocio y el negocio deben volver a danzar armónicamente para estar al servicio de la vida de todos y la sustentabilidad planetaria. Son los vínculos lo importante y no las riquezas ni menos su acumulación egoísta lo que se debe buscar. En definitiva, es una conversión radical a nuestro modo de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás, con la creación y con Dios, que implica cambiar ciertas creencias y actitudes que tenemos “normalizadas” pero que son muy dañinas en realidad. Se trata de humanizarnos con el AMOR y dejar de mirarnos solo como clientes, consumidores, competidores, demandantes, deudores, etc.