Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

¡No matarás!


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Leo en la prensa que 579 personas han sufrido la pena de muerte en 18 países durante 2021. En 2020 habían sido “solo” 483; vamos para atrás, como los cangrejos. Pero no solo eso: a finales de 2021, al menos 28.670 personas estaban condenadas a muerte, o en camino de serlo, lo que supone un aumento del 40% en relación al año precedente.



Tres cuartas partes de los condenados y ejecutados están en Irak, Pakistán, Arabia Saudita, Nigeria, Estados Unidos, Bangladesh, Malasia, Vietnam y Argelia. China es caso aparte, porque las estadísticas en este campo son secreto de Estado. Según Amnistía Internacional, habría varios miles de ejecuciones al año, sobrepasando en número al total del resto del mundo.

Las cosas han mejorado en algunos países: Sierra Leona, Kazajistán, Papúa Nueva Guinea y Malasia han abolido la pena de muerte… pero esta sigue vigente en 55 países: por decapitación, ahorcamiento, inyección letal o fusilamiento.

¿Qué grupos humanos son los más afectados? ¿Los traficantes de droga? ¿Los estafadores? ¿Los asesinos? No: los periodistas, los opositores políticos a diversos regímenes y los miembros de minorías religiosas. La pena de muerte se convierte así en instrumento político, y no en un medio de “defensa de la comunidad ante personas peligrosas”, como a veces se dice.

Y en cuanto cristianos, ¿cómo nos posicionamos ante la pena de muerte? Hasta hace cuatro años, el Catecismo de la Iglesia Católica la consideraba “una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos, y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común”.

A todas o a ninguna

Pero el papa Francisco aprobó la modificación del nº 2267 del Catecismo así: “Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente. Por tanto, la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que ‘la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona’, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo”.

El “¡No matarás¡”, por tanto, sigue vigente… y se aplica desde la concepción hasta la muerte natural. O estamos a todas o a ninguna. No podemos combatir el aborto y, al mismo tiempo, defender la pena de muerte y justificar las guerras.

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