Rafael Salomón
Comunicador católico

Muy grande es el amor de Dios


Compartir

Un nacimiento, el árbol de Navidad encendido, escucho algunos villancicos y los integrantes de mi familia compartiendo risas, hay una alegría desbordante, todavía se percibe el olor de la cena en el ambiente, aún sigo escuchando el eco de sus vocecitas, las de mis hijos, elevando su oración a Dios, agradeciendo los alimentos con una bondad e inocencia que me hace pensar en su corazón, ese que está tan cerca del amor hacia sus padres.



Me recuerdan la forma en la que deberíamos acercarnos a nuestro Señor, solo con un corazón de niño se puede comprender y vivir ese amor tan real y tan cierto.

Gracias Padre, por este momento, por estar en nuestras vidas y sobre todo por amarnos y volverte como nosotros, encarnándote con humildad y sencillez absoluta, el más grande haciéndose el más pequeño.

Quiero volver a sentir con la misma fuerza de mis hijos cuando me dicen: Papá. Hoy elevo mis ojos al cielo y agradezco como hijo tuyo, decirte simplemente ¡Gracias Padre Eterno!

Me abandono en esa hermosa y necesaria vulnerabilidad de hijo ante la protección de su padre, cuánta falta nos hace reconocernos así en todo este tiempo de dolor, qué necesario es dejar nuestras cargas y angustias en ti Papá.

A veces he tenido la impresión que no he podido abandonarme en tus promesas, especialmente en tu protección.

Su presencia en mi vida

En este momento se acerca mi pequeña y de forma sorpresiva me abraza, sus ojos chispeantes me dicen cuánto me ama y que está feliz de que yo sea su papá.

Qué enseñanza, simple pero poderosa, así debería sentirme porque mi Padre Eterno me ha creado y me ama de una manera incondicional, ese es el amor con el que deberíamos comprender que tenemos un Dios Padre y de esa forma reconocernos hijos suyos.

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en todos nuestros sufrimientos, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros confortar a todos los que sufren”. Segunda carta a los Corintios 1,3-4

Débil soy frente a la adversidad y a la incertidumbre, pero sus palabras y promesas me recuerdan que eso se transforma, que además podemos compartir y dar esperanza por muy complicado que parezca, grande, muy grande es el amor de Dios.

Terminó un año, uno de los más difíciles en la historia de la humanidad, enfrentaremos nuevos retos; sin embargo, lo que no cambia nunca es el amor inmenso de nuestro Padre Celestial, pero lo que sí ha cambiado es la forma en la que acepto y reconozco su amor, su presencia en mi vida.

Creo que, al cabo de los años, me voy alejando de ese amor inocente, de esa manera tan natural de pronunciar la palabra papá. Ahora es mi hijo quien me abraza y al oído me susurra ¡Te quiero papi!

Debo regresar a eso, a todo ello, a esa sencillez del amor ¡Gracias Padre Eterno!