Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

¡Música maestro!


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Es casi imposible recordar o proyectar un momento especial de nuestra vida sin que, de algún modo, haya alguna música presente. Es un tópico ¡pero es verdad! Toda vida, sea como sea, tiene una banda sonora explícita o implícitamente. Así, el día de la música no es sólo para los profesionales del sector (¡felicidades!) sino para cualquier persona que sea consciente del bien que nos hace.



Lo celebramos ahora, el 22 de noviembre, recordando a la patrona de la música, Santa Cecilia. Y también el 21 de junio, en clave “profana”, desde 1975, gracias a Yehudi Menuhim, violinista y presidente del Consejo Internacional de la música. En todo caso, sea como sea, ¡feliz día de la música!, ¡felices nosotros que con la música podemos gozar, sufrir, rezar, enamorarnos, estremecernos, serenarnos… en definitiva, ser humanos!

Genuinamente humanos

Algo que tiene la capacidad de hacernos más genuinamente humanos, conectándonos con nuestro interior más hondo, entre nosotros y con la trascendencia que nos rodea (ligado a un dios, a una religión o a nada en concreto), tiene que ser divino. Miguel de Unamuno lo expresó mucho mejor:

“Entre los dones que debemos a la bondad de Dios es uno de los mayores el de la música (…) La música ahonda nuestros sentimientos, los nuestros; hace que seamos más nosotros mismos (…) Es la música como un sacramento natural, una revelación natural del canto con que la naturaleza narra la gloria de Dios (…) No hay música más grande ni más sublime que el silencio, pero somos muy débiles para entenderla y sentirla. Los que no podemos sumirnos en el silencio y recibir su gracia, tenemos a la música, que es como la palabra del silencio, porque la música revela la grandeza del silencio y no nos da charla vana” (Diario íntimo).

Bien me parece, Don Miguel, que andamos necesitados de todo aquello que no nos dé “charla vana”. Porque esas conversas huecas ya nos vienen solas. Así que, aprovechemos, nutrámonos de música. Que, como bien dijo, Piotr Ilich Chaikovski, “si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”.

Hace poco se viralizó un precioso vídeo cuya protagonista era Marta C González, bailarina del Ballet de Nueva York durante 53 años y la música. Al parecer, Marta murió hace algo más de un año. Nos queda su recuerdo y la belleza de lo humano, vulnerablemente humano, estremeciéndose con la música.