Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Mujeres que saben hacer preguntas


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Hace poco, alguien me hizo pensar en la importancia de poder hacernos preguntas. Aunque no nos atrevamos a responderlas o no podamos. Era una mujer.



Leí en algún sitio que somos el fruto de las preguntas que los demás nos hacen. No sé si estoy de acuerdo del todo. Lo que sí creo es que somos fruto de las preguntas que nosotros mismos nos permitimos hacer y de las que dejamos que otros nos hagan, porque ni a todos se lo permitimos ni todos nos lo permiten. Y pensaba que podríamos dibujar un mapa de las personas de nuestra vida registrando quién nos puede preguntar cualquier cosa con naturalidad. Sea lo que sea. Y a quiénes deseamos preguntar y podemos hacerlo. Es un acto de confianza mutuo. No se juzga ni te sientes controlada. No necesitas respuestas, solo quieres llegar más adentro del otro. Sin ninguna presunción. Con toda humildad. Con todo cariño. Con toda confianza.

Aquella mujer también me hizo pensar en aquellos a los que he podido preguntar, a los que nunca me interesó hacerlo, a quienes preguntan intentando sacarme información, los que me incomodan cuando lo hacen y los que me gusta que lo hagan porque siento que quieren conocerme mejor y más profundo.

“Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”

La gente que prefiere preguntar en lugar de dar respuestas nos amplía el horizonte. La gente que pregunta en lugar de hacer silencio es más valiente. Merece la pena tenerles cerca. La gente que no pregunta no sé si no tiene dudas o prefiere no saber las respuestas. Y ambas cosas son terribles.

Recuerdo aquel momento crítico para Jesús en Galilea: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” (Mt 16,15). Las cosas no pintaban bien. Él lo sabía. Podría haber mirado para otro lado. Podría haber dogmatizado dejando claro quién era para que los discípulos espabilaran de una vez. Podría haberse callado. Pero optó por preguntar, sabiendo que con gran seguridad las respuestas no le iban a gustar. Como os he dicho, me encanta la gente que pregunta de verdad. Como aquella otra mujer, la samaritana. Una mujer que sabía preguntar y se atrevió a hacerlo, a riesgo de que no le gustaran las respuestas.

chica joven con micrófono en la mano habla en una asamblea eclesial

Quizá sea momento de dejar de medirnos por dar respuestas redondas y empezar a atrevernos a preguntar y a que otros nos respondan o al menos busquemos juntos las respuestas.

Desde luego, sin mis preguntas, no sería yo. Ni tú sin las tuyas.