Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Mis trenes y mis túneles


Compartir

Sin duda hay noticias que parecen tomadas de un monólogo de comedia o de una película de ficción. Esta es una de ellas, aunque haya pasado ya un tiempo. ¿Habíais imaginado alguna vez que el gobierno de un país haga una inversión millonaria comprando nuevos trenes para diversas zonas del país y cuando llegan se dan cuenta de que no entran por los túneles? Peor aún: el fabricante contratado alertó iniciado el proceso de que los trenes no entrarían por algunos de los túneles, pero todo siguió adelante. No voy a comentar semejante despropósito, aunque no estaría mal un poquito más de memoria y rabia social contra estas chapuzas políticas, sean del color que sean.



Lo que me ha hecho pensar es más simple: quizá yo también he invertido en trenes que no se ajustan a los túneles por los que van a transitar. Sí. Y no me gusta nada reconocerlo. Es humillante, aunque en lo personal no sea por enriquecerme ilegalmente sino por propia estupidez o un exceso de ingenuidad.

¿Simple torpeza?, ¿expectativas mal enfocadas?

Hay momentos que invertimos tiempo y fuerzas en proyectos que sabemos que no tendrán futuro o que no encajan, pero seguimos adelante. No “entran” en los caminos vitales que ya están trazados. No es masoquismo, ni siquiera cabezonería. ¿Simple torpeza?, ¿expectativas mal enfocadas? Puede ser. Ante eso, solo queda reconocerlo, reconciliarte con tu propia torpeza o rabia por no haberlo visto antes y recomenzar. Y con suerte, identificar dónde me he enganchado o qué me ha cegado, por si la próxima vez (que posiblemente la haya) puedo adelantarme y ser más espabilada.

También están esos proyectos locos que no encajan y por los que seguimos apostando (personas, trabajos, iniciativas, decisiones…) porque a pesar de todo nos parece que recibimos más de lo que perdemos, que nos merece la pena el “mientras tanto”, el tiempo de los intentos, la esperanza de que “algo” ocurra y lo cambie todo poniendo a cada cosa en su sitio. Incluido el tren y su túnel. Nos merece la pena la decepción, la frustración, la despedida, el reproche más o menos cariñoso (ese terrible “te lo dije”), o hasta sentir que al final te toman el pelo por ilusa… Puede que incluso haya quien se aproveche de tu irracional apuesta y confunda tu presencia incondicional con poder hacer contigo lo que quiera. Quizá ese sea el límite, la línea roja de las apuestas vitales sin respuesta: que no se conviertan en un foco de malestar, de maltrato, de dependencia, de falta de lucidez. Tan humano, por cierto…

Ambas cosas, equivocarse por estupidez ingenua o por exceso de pasión, me provocan una gran indulgencia. Quizá porque no hay atisbo de soberbia ni de engaño o aprovechamiento de otros. Quizá porque, puestos a equivocarse y a tener que recorrer el costoso camino del cambio, mejor hacerlo por haberte fiado en exceso, amado en exceso, esperado en exceso.

Será cuestión de asegurarse de que los próximos trenes donde invierta alma, vida y corazón, encajan con los túneles abiertos o al menos estemos dispuestos a agrandar los túneles que haga falta. Que igual hay trenes que bien lo merecen