José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Los mártires mexicanos de hoy


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Recuerdo que, de niño, me asustaba en las clases de catecismo con las historias de los mártires, en los tiempos de las persecuciones contra quienes sostenían la afirmación, verbalmente y no obstante las amenazas de muerte, de que creían en Jesucristo hijo de Dios -en las primitivas comunidades cristianas- o en Cristo Rey -en el México de los 20’s y 30’s-.



Imaginar a los primeros seguidores de Jesús, devorados por los leones en los coliseos, o al padre Miguel Agustín Pro, doblarse frente al pelotón que le cegaba la vida, provocaba temor, es cierto, pero también despertaba en nosotros los adolescentes un deseo de imitación, de radicalismo heroico.

Pero de inmediato se nos informaba, a los deseosos de esa gesta más aventurera que trascendental, una verdad decepcionante, aunque tranquilizadora para nuestros preocupados progenitores: los tiempos de persecuciones religiosas habían pasado, y desde el edicto de Milán, en el año 313, la Iglesia Católica pasó de perseguida a empoderada, y la libertad religiosa ahí proclamada vino a entenderse como un salvoconducto para dominar espiritualmente a Occidente. Ser la religión oficial trajo consigo que se adoptaran muchas costumbres y protocolos del imperio romano que avalaba a la expansiva Iglesia. Y eso trajo más sombras que luces.

Con el paso de los años, esta paz ha venido diluyéndose poco a poco. Aunque en México permanece el catolicismo como religión preponderante -aunque ya disminuidos los porcentajes de antaño-, cada vez es menos institucional.

A ello se debe, quizá, el que personas creyentes se atrevan a matar sacerdotes, como el reciente caso de los dos jesuitas asesinados, en las mismas instalaciones de los templos. Pero ellos, a diferencia de los primeros cristianos o de los cristeros, no murieron para divertir a la masa o empuñando armas y gritando consignas sobre el reinado de Cristo: lo hicieron tratando de proteger a alguien que buscaba, precisamente en el recinto sagrado, la seguridad que ya no se encuentra en las calles mexicanas.

misa jesuitas asesinados

Hoy, entonces, ser ministro religioso es un riesgo que sólo existió en aquellos cristeros años. Es cierto que se les puede privar de la existencia por confusión, robo o cualquier otro motivo, pero también por tratar de proteger al perseguido y atacado.

Desde la óptica social no extraña lo sucedido. Ya lo dijo el papa Francisco: “¡Cuántos asesinatos en México!”, y la estrategia gubernamental de prodigar abrazos a los criminales en vez de balazos no ha tenido éxito. La tendencia mortuoria es implacable: la actual administración ya superó, y con mucho, los homicidios dolosos de los gobiernos anteriores. Es por ello que el cardenal Marc Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, le pidió a la Virgen de Guadalupe “el milagro” de restaurar la paz en nuestro país.

En fin. Si antes, para ser mártir, habría que enlistarse como misioneros para países lejanos y enemigos de nuestra fe, hoy basta con quedarse en o venir a México.

Dos martirios mexicanos igualmente válidos: ser fusilado al grito de “¡Viva Cristo Rey”!, o recibir balazos mortales por auxiliar a un también herido de muerte.

Pro-vocación

“Llegaremos hasta las últimas consecuencias”, dicen las autoridades en lo referente al asesinato de los jesuitas y el guía de turistas. ¿Y cuáles son estas “últimas consecuencias”? ¿Aprehender al sicario asesino? ¿Resolver, de manera estructural y no coyuntural, el problema de la violencia en México? Se dará -si acaso- lo primero, para exhibir un aparente triunfo, y tranquilizar al reclamo popular. Lo segundo, las verdaderas “últimas consecuencias”, no lo creo. No pueden o no quieren.