Rafael Salomón
Comunicador católico

La pérdida de un hijo


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El dolor de perder a un hijo es tan grande, que no existe palabra alguna para definirlo”.



Con la muerte de un hijo se despiertan emociones muy fuertes y de manera diferente en la madre y el padre. Por lo general las mujeres expresan su dolor y sentimientos de forma más abierta y lloran frecuentemente, ellas necesitan hablar acerca de ese hijo que murió y de las circunstancias de su muerte. Por el contrario, los hombres esconden el dolor y no muestran sus emociones, probablemente porque no fueron educados para eso.

Los hombres comparten lo que hacen y no lo que sienten, muchos ante la pérdida de un hijo, se vuelcan en el trabajo para evitar acordarse de la pérdida de su hijo, pero la angustia y la desesperación la llevan por dentro. La muerte de un hijo representa para el padre la pérdida del control, lo despoja de su ego y del sentido de sí mismo, dejándolo sumido en un fuerte sentimiento de fracaso personal.

La sociedad se preocupa más por el dolor de la madre, dejando al padre en un segundo plano sin oportunidad para expresar sus emociones y hablar de su pérdida.

El duelo de una madre y un padre son muy diferentes, mientras uno de los padres está emocionalmente decaído, el otro se encuentra en mejor estado de ánimo debido a que estima que alguien tiene que estar bien. Es como mantener a flote una embarcación, mientras uno descansa, el otro rema para que no se hunda.

El impacto de la muerte de un hijo agita a todo matrimonio, incluso a aquellos establecidos y bien afianzados. La pérdida de un hijo causa estrés tan intenso que provoca la separación en más del cincuenta por ciento de las parejas, sobre todo si existían conflictos previos.

También es frecuente que alguno de los padres sienta una inmensa rabia con Dios. La muerte de un hijo es un desafío a la fe. Así, para algunos las creencias de toda una vida son puestas a prueba severamente, mientras que a otros los sostiene la fe.

El dolor es tan intenso que no tiene límite de tiempo, la escucha y la cercanía para los padres es un acto humano que debemos realizar con amor, cuidado y responsabilidad, así como Jesucristo consolaba a quien estaba afligido.

“Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la pérdida de los vivientes”. Sab. 1, 13.

Entendamos a los padres que el impacto de la muerte de su hijo es un dolor tan desgarrador que doblega el alma.