Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

La importancia (o no) de bendecir


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El domingo pasado, por motivos pastorales, proclamamos en la misa el evangelio del encuentro de Jesús con Zaqueo. Jesús, yendo al encuentro de Zaqueo, autoinvitándose a su casa, es un potente icono para quienes nos definimos como “Iglesia, sacramento del diálogo y del encuentro”.



Interesante es constatar que Jesús no fue a casa de Zaqueo porque este se convirtió, sino al revés: Zaqueo se convirtió porque Jesús fue a su casa. No sabemos si Jesús bendijo a Zaqueo, pero, evidentemente, su presencia fue una bendición mucho más bendita que todas las bendiciones.

Jesús tomó esta iniciativa sabiendo que su gesto crearía confusión y se prestaría a malas interpretaciones: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”.

No pude evitar el preguntarme: ¿estaba Jesús aprobando la conducta de Zaqueo al compartir su casa? ¿No hubiera sido más correcto denunciar su pecado, llamarle a conversión y, si esta se daba, entonces visitarle?

Un sacerdote acoge con una abrazo a un feligrés en medio de una iglesia vacía

Evidentemente, escribo esto pensando en la polémica creada en torno a la posibilidad de bendecir parejas en situación irregular a partir de la Declaración ‘Fiducia supplicans’.

Hay obispos y sacerdotes que, en conciencia, no se sienten dispuestos a hacerlo. Me he encontrado con algunos de ellos, y no son monstruos homofóbicos (¡que, por desgracia, los hay!), sino personas con finura de conciencia que quieren ser fieles a lo que el gesto de bendecir significa.

Presencia, acogida y diálogo

A quienes se sienten en la embarazosa situación de negar algo que un documento del Papa permite, yo les digo:

–“No te preocupes. La bendición no es la única forma de ayudar a una persona, y quizás no es la más importante.

–Mira, si se te presentan personas en situación irregular y no te sientes en disposición de bendecirles, basta que hagas lo siguiente:

Acógeles con respeto y cariño; invítales a tomar un café, o acepta que ellos te inviten a su casa.

Escúchales atentamente, con empatía, intentando comprenderles.

–Haz el esfuerzo de verles con los ojos con que Dios les ve, y de amarles como Dios les ama.

–Intenta rezar con ellos.

–Recuérdales y proponles el ideal del Evangelio. Si puedes, muéstrales caminos posibles hacia el ideal.

Despídete con un abrazo y repite todo este proceso las veces que haga falta”.

Si haces todo esto, importa poco si les bendices o no. Tu presencia, tu acogida, tu diálogo habrá sido la mejor bendición.

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