Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La experiencia y la humildad: dos aliadas que no podemos subestimar


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En tiempos en donde la juventud, la innovación y la modernidad muchas veces creen estar inventando “la rueda”, bien nos cabe a todos una buena cachetada contra la inmadurez y la soberbia que suele acompañar a quienes creen que todo es cuestión de ganas, esfuerzo y voluntad personal. Borrar todo lo viejo, arrasar con lo construido y “quemar” la cultura que nos precedió es un error histórico cometido por muchos imperios, pero parece que aún no aprendemos la lección.



La pasión y el idealismo de lo nuevo es un don maravilloso que enciende los corazones, los llena de esperanza y les regala la dicha de soñar que las cosas efectivamente pueden cambiar para mejor, conquistando más justicia, paz y equidad en una familia, empresa o nación. Sin embargo, ese don jamás debe subestimar la voz de aquellos que conocen las estructuras del sistema humano y social, lo mucho que ha costado construirlo y la infinita complejidad que implica moverlo y, aún más, transformarlo sin destruirlo.

Fuego gradual

Es por ello que el fuego, para no quemar ni quemarse, debe ser gradual y prudente para ir moviendo las piezas sin quebrarlas y sin descalificar a quienes las construyeron antes. Por el contrario, deben sumar las fuerzas de la experiencia y la humildad de los que antes fueron jóvenes y aprendieron a golpes de lo difícil que es administrar la vida y navegar sin naufragar. Ojalá, estas líneas sirvan para ir con más cautela en todo orden social y sumar fuerzas en vez de restar.

Vamos por parte. La raíz de todo lo que aquí se está tratando de presentar es que la humanidad y cada sociedad es un rizoma de vínculos entre el pasado, presente y futuro que no se puede delimitar con un corte radical. Es ingenuo e inmaduro en su perspectiva de la vida quien cree que puede hacer tabla rasa de un modo de ser e imponer uno nuevo sin que halla brotes de resistencia o violencia. La vida crece lento y a diferentes ritmos y no obedece a decretos ni a gobiernos.

 

El imperio de la fuerza

Además, subyacen al mismo tiempo miles de subsistemas de vida con una diversidad infinita de miradas que son imposibles de comprender, abarcar y/o controlar si no es por la fuerza. La vida real siempre supera la ficción y la entropía, es decir, la tendencia a la mayor desinformación y posición de desorden de los elementos que configuran un sistema, siempre irá en aumento y nadie ni nada puede pensar en estar por encima de esa condición.

Es por esto que quienes inician un proyecto de cualquier índole y envergadura es acertado que lo hagan con seguridad, buena autoestima, motivación y organización personal y grupal, pero que no crean que con ello tienen el camino listo y que el éxito está por llegar. Este último, muchas veces, además del esfuerzo personal, tiene que ver con la suerte, y en eso los “años” y la humildad tienen mucho que aportar. Las generaciones mayores han experimentado más primaveras y veranos y saben cómo funciona un poco más la naturaleza de la vida y la humanidad.

Soberbia, un mal que acecha

Ciertamente, los adolescentes deben “matar” psicológicamente a los mayores para construir su propia identidad. Cuestionan a sus padres, al sistema y buscan sus propias formas y modos de entender la vida y plasmar la sociedad. Ellos representan la crítica necesaria para evolucionar como totalidad; sin embargo, siempre lo hacen como una bisagra que va transitando y haciendo el puente con la adultez que los espera más allá. El problema actual radica en que hay muchos que se están quedando pegados en esa adolescencia eterna, se creen dueños de la verdad, descalifican al resto sin conocer su historia y lo mucho que les ha costado forjarla y de un plumazo quieren borrar los vínculos que las personas tienen con sus raíces y su forma de pensar.

Creerse los mejores, los más inteligentes, los más preparados, los salvadores del mundo no solo es “pan para hoy y hambre para mañana”, porque tarde o temprano algo les fallará, sino que además implica negar a la inmensa cantidad de personas capaces que existen y la diversidad de miradas que hoy se dan. Madurar entonces implica salir del propio ombligo, ver a los demás, aprender de sus formas de vivir, de sus experiencias, no ostentar los propios logros, dejar que los frutos hablen por sí solos y jamás, ¡jamás!, descalificar a los demás gratuitamente. La verdad se construye como un mosaico, con pedacitos que todos vamos aportando, y lo mismo sucede con la realidad. La belleza se obtiene cuando todos los pedacitos están. Nada ni nadie puede faltar.

Humildad, un bien escaso

Quizás por la necesidad de la popularidad, del marketing o por el terror al poder de las redes sociales, son muchos los que han optado por un tipo de liderazgo “ganador” y prepotente. Cada persona expone sus mejores resultados al “circo” del mundo para salir con “likes” y rankings que den cuenta de sus seguidores y logros. La complejidad de esto es que se va prostituyendo el ser por la vanagloria y ordenando el hacer de acuerdo con el parecer de las masas. Lejos de actuar conforme a principios y convicciones, muchas veces nos tienta el “dedo en alto” del César actual, que se reparte anónimamente en las redes sociales. La humildad en ese contexto no es bienvenida; está obsoleta como código y lo que prima es la prepotencia, el mal trato y la descortesía con cualquier otro que no represente mi opinión.

Ser humilde, y por ende servicial, pacífico, justo, discreto, ecuánime, sensato, honesto, íntegro, consecuente, valiente y tantas otras virtudes que el Señor nos enseñó, no está de moda y recibe de inmediato la “funa” o “rechazo” por gravedad o exceso de virtud que molesta a los demás alrededor. Sin embargo, a largo plazo, la humildad es la única garantía de la fraternidad y de la paz. Sabernos frágiles, hermanos, necesitados unos de otros, es el salto cuántico que debemos dar para salvar al planeta y a la humanidad.

Guerra de Lobos, de muestra un botón

Según muchos es solo cuestión de humor, pero no deja de ser patéticamente triste el encontrón a puños que un multimillonario le ofreció a un líder mundial para zanjar en un ring una guerra y una nación que está costando muchas vidas y miles de heridos. Cuánta soberbia y cuánta testosterona de circo romano en decadencia cabe en un twit sin tino ni consideración… Cuando lo que deberían estar haciendo los líderes y poderosos del mundo es escucharse y ver todas las formas posibles e imposibles de logar un acuerdo en la cuestión.

Lo mismo sucede en versión menor en nuestros propios países y en cualquier hogar, sin excepción. Se nos ha pegado la soberbia en el alma y nos hemos vuelto cada vez más inmunes a la humildad de reconocer que todo lo que somos y tenemos es solo herencia y bendición de Dios. No porque la soberbia se haya vuelto una actitud frecuente es buena y no porque se haya normalizado la tendencia a borrar con todo lo antiguo pasa a ser una respuesta realista a lo que somos y a cómo funcionamos los seres humanos.

Organismos vivos

Somos organismos vivos, con raíces, complejos y con historia; tenemos pasado, presente y un futuro, y todo eso debe sumarse a la hora de emprender una construcción que comprenda a todos sus integrantes. Difícil, casi imposible, dirán algunos, pero lo existente solo nos conducirá a la muerte.