Rafael Salomón
Comunicador católico

Insatisfechos


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Lo que tengo no me satisface, sino el impulso permanente a tener más. Vivimos descontentos, buscamos, compramos y acumulamos, tal vez sea una enfermedad de nuestros tiempos o es que vivimos siempre insatisfechos. Nada llena ese vacío por más que nos esforcemos en tenerlo todo, siempre habrá espacio para adquirir y poseer.



Los medios y la publicidad presionan permanentemente creando un malestar e insatisfacción que se transforma en un estado de vida, nos convertimos en seres que deseamos siempre más. Hay personas más proclives a la insatisfacción que otras; sin embargo, una gran cantidad de seres humanos entran sin siquiera darse cuenta en la inacabable espiral de tener, desechar, usar, acumular, renovar y mostrar a los demás que se ha alcanzado el objeto del deseo o de moda.

El insatisfecho muestra siempre lo que ha alcanzado ¿Qué sentido tendría tenerlo y guardarlo? El insatisfecho presume, porque en el fondo sabe que es momentáneo y efímero su logro, su codicia le dictará que necesita apoderarse de todo a costa de los demás. Se compra de forma compulsiva y una de las razones por las que lo hacemos es por sentir satisfacción, es decir; la recompensa momentánea, que en cuestión de segundos se transformará en la necesidad de ir por más.

La clave de la sociedad materialista actual es que nos sugiere constantemente que algo nos falta. Se valora el dinero, la fama, el reconocimiento, ser alguien y quienes aspiran a la sencillez, el anonimato y el crecimiento espiritual no gozan de la acreditación mediática, se les margina y critica.

La siguiente cita bíblica nos invita a reflexionar profundamente acerca de esta insatisfacción: “No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y consideren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan pues los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús”. Filipenses 2, 3-5

En la actualidad, el tener se ha convertido en el ser de otros tiempos, nuestra sociedad de consumo nos aleja de todo lo bueno, bello y sensible, para acercarnos a lo instantáneo, inmediato e intrascendente. Hoy ya no se tiene tiempo para admirar un cuadro, el amanecer o la frondosidad de un bosque; vivimos de manera vertiginosa donde la condición es usar, desechar y consumir.

Estamos contra reloj, buscando comodidades, sin tiempo para la espiritualidad, investigando beneficios que alimenten nuestro ego. No todos, por supuesto que no todos estamos ahí, pero las masas cada vez aumentan donde la insatisfacción es la base de la economía que impera en el mercado. Busquemos a Dios y poco a poco veremos que no necesitamos tanto para alcanzar la felicidad plena, esa alegría singular que tiene el amor y donde el compartir siempre traerá la satisfacción. Vivamos aceptando lo que somos y lo que tenemos.