Iglesia Sinodal: Atenta, acogedora y misionera


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La sinodalidad entendida desde la acción solidaria para con los que son la opción preferencial de Jesús, suscita la escucha y un querer abrazar la misión de ser Iglesia desde un sentido muy amplio de familia. Cuando se camina de manera confiada y conforme al modelo del Evangelio de Jesús, podemos con autenticidad testimoniar su amor providencial que nos sostiene pese a todas las incoherencias que puedan existir. Porque se llega a la convicción de que Él nunca nos deja a medias.



El reconocernos necesitados de Dios nos hace dóciles para imitar sus pasos y para ser capaces de dejar  huellas en la vida de quienes Dios mismo se encarna para escribir nuestra propia historia de salvación. “Nadie se salva solo” (Gal 2:16) sino que desde la dimensión comunitaria es en donde podemos cultivar constantes cambios con el fin de convertirnos en una mano amiga para quienes en todos los aspectos son menos favorecidos.

La escucha atenta

Por medio de la acción solidaria, la escucha de la voz de Dios, ya no pasa desapercibida, sino que se experimenta cierta estrechez en cuanto a descubrir su presencia viva en los demás, se aprende a encontrar algún aspecto suyo en cada persona con la cual nos vinculamos. Cuando se anhela y se busca la equidad en todo y para con todos, se llega asimismo a apreciar en profundidad al otro. Ya no se asume, sino que la gracia de Dios nos auxilia para que no perdamos la capacidad de asombro ante la verdad que Él quiere comunicarnos. Desde esa otra realidad que quizás es totalmente ajena a la de uno, es que el mismo Dios entabla un diálogo.

Ese proceso de intercambio que la misma comunidad propicia nos cuestiona de muchas formas. Puntualmente en cómo vivimos nuestra fe, como escuchamos ante todo la voluntad del Señor y la plasmamos en las relaciones humanas. Desde allí la lectura que hagamos en relación a los propios sentimientos nos impulsará probablemente a compromisos aún mayores. Porque si en medio de situaciones difíciles prevalece la alegría, podemos tener la certeza de que la presencia real de Cristo es la que verdaderamente  nos anima e invita a permanecer en ese diálogo fecundo con los que Él escoge.

Abrazar el ser Iglesia

El ser iglesia, más allá del contexto que cada uno se encuentre implica abrazar a los que padecen cruces aún mayores.  La misión en sí, entendida desde nuestra propia vida, se cultiva a través de la empatía y del compromiso con los demás.  Por ello, es imperioso caminar juntos como iglesia, pero desde una perspectiva que pastoralmente este mucho más envuelta en lo social. Es decir que se caracterice por personas cristianas que tengan compasión ante los más necesitados, que opten por vivir en solidaridad con la iglesia, que tengan formación o aspiren ser formados, que se ejerciten en una fe profunda para que puedan ser testimonios coherentes de una vida totalmente renovada.

La Misión puente para llegar a Dios

“El Señor me ha favorecido…caminare en su presencia” (Sal 116).

A principios de este año, el Señor me permitió llegar a Ouanaminthe, Haití. Allí estuve seis meses acompañando puntualmente a niños que carecen de lo esencial, una familia. En medio de esa realidad pude fortalecerme en el encuentro con un Jesús que no dejo de sorprenderme y que me impregnó de una alegría diferente. Valoré cada momento, logré reconocerlo a través de la situación de abandono y de desprotección en todas sus formas de muchos niños. Cada situación me reafirmó en mi SI ser Iglesia.

El simple hecho de “estar” para y con el otro, me abrió paso a dejarme evangelizar. Al palpar tantas historias,  crearse vínculos afectivos muy fuertes, sentir como el mismo contexto me cuestionaba, me hizo apreciar como los pobres con todo son felices, ya que en medio de sus limitaciones y desde su total sencillez viven en verdad agradecidos. Especialmente los niños, son pequeños héroes, que han aprendido a abrazar sus propias cruces. ¿Cómo no dejarse abrazar? ¿Cómo no ansiar  conocer a un Jesús encarnado en la vida de cada uno de ellos? ¿Cómo pasar por alto el amor? Estas criaturas te enseñan a vivir  esperanzados y confiados pese a lo que, día tras día, les toque enfrentar. Historias que son impensables, difíciles de asimilar, niños que no se victimizan sino que buscan sencillamente amar y ser amados. “Solo el amor nos hace humanos” (Jn 15, 9-17). Es que si no se aprende a relacionarse por lo que se es internamente, seguirán prevaleciendo formas efímeras con las cuales se intenta y se cree amar.

Sus vidas sencillas te nutren y te enseñan a ser humilde. Las relaciones verdaderas tienen el mismo trasfondo, porque en definitiva el amor del Señor es puro y sin dobleces. Lastimosamente, una gran mayoría,  hoy en día, vive atado a un sistema que  es dañino y egoísta.  En ese sentido, el ver otras realidades te facilita  entender en vez de menos preciar o encasillar a la gente. Te ayuda a solidarizarte con quienes no les han dejado opciones. La pobreza verdaderamente te enseña a ser solidario y a saber compartir,  lo mucho o lo poco que se tenga. Y se expresa en un sentirse alegre muy diferente acompañado de cierta nostalgia. Se aprende con los humildes, y con todos los que nos hemos encargado de dejar por fuera. Estando de manera desprendida en los zapatos de otros, Dios no solo nos premia por los lazos afectivos que se crean sino que se aprende a valorar este modo particular de amar de Dios. Solo alcanzando cierta libertad interior se puede abrazar su iniciativa, que desde una aptitud  fraterna de escucha   recobra vida en el darse y no en el negarse.

Después de seis meses en Haití, llegué a República Dominicana para compenetrarme con las familias haitianas migrantes, quienes tratan de sobrevivir pese a todo, con el fin de buscar un porvenir más digno. En medio de lo que palpé en dicho país vecino, entendí que no hay mayor riqueza que descubrirse en equidad y aspirar el encuentro con un Jesús encarnado que se revela en los que sufren. La misión de ser Iglesia es definitivamente un puente que te acerca y te llena del amor de Cristo. Un amor que valora la dignidad del otro, que anuncia y plasma el Evangelio con la convicción del porque y para quien la vida se vuelve una auténtica misión.


Por Valeria Zaffuto. Teóloga, misionera laica y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos