Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Existen las monjas negacionistas?


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Las farmacéuticas

Tras ser presentada en The New York Times como “una escéptica” cuyo discurso es “especialmente atractivo para los teóricos de la conspiración y los grupos de ultraderecha”, Teresa Forcades sigue haciendo estudiadas apariciones públicas para ofrecer su discurso como religiosa, médica y teóloga.  Su última intervención ha sido una amplia entrevista en VilaWeb este fin de semana. 



“En el caso de estas las vacunas del papiloma y la de la gripe estacional, para la población general, el riesgo es más grande que el beneficio” señala cuando le preguntas si se cuenta entre los antivacunas, mientras reconoce que “el principio vacunacional me parece excelente. Tú das al cuerpo una oportunidad de hacer anticuerpos en condiciones controladas o completamente seguras”.

Sin embargo, yendo al caso del coronavirus señala que “la vacunación masiva actual incide en la prevención de la enfermedad, pero no en la transmisión (así son todas las vacunas que se aplican: Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Johnson & Johnson…) y esto es contraproducente a la larga porque hace el trabajo ‘a medias’” ya que el virus puede mutar a una forma “más virulenta capaz de afectar los jóvenes e incluso los niños”, advierte señalando dos estudios. “. Es una estrategia fallida, que puede traer graves problemas de aquí a medio año”, advierte apuntando a los desarrollos de las variantes que han ido surgiendo. “Si creas inmunidad para el virus pero no lo eliminas, lo invitas a mutar verso una variante nueva”, asevera.

Frente a la negación de una vacuna propone la alternativa de crear vacunas dirigidas a acabar con el virus frente a la “confusión” actual en la que es difícil “separar el grano de la paja”. De hecho pone nombre a esa alternativa: “la vacuna propuesta por la compañía inglesa Immodulon Pharmaceuticals que actúa sobre la inmunidad celular. Esta inmunidad es la inmunidad innata y el hecho más importante es que no es específica, a diferencia de los anticuerpos” y que no ha sido apoyada por las autoridades que han invertido en otros proyectos.

Sobre las inversiones de Estados Unidos apunta que “si la mitad de esto se hubiera invertido a estudiar posibles tratamientos (no vacunas, sino tratamientos para las personas enfermas), es de suponer que los tendríamos muy eficaces. Incluso sin este apoyo económico ya hay un tratamiento, que si se administra de manera precoz es efectivo en el 85% de los casos”. “Se han dedicado pocos recursos a hacer la parte preventiva con medicamentos que ya existen y a reforzar la atención primaria y el tratamiento precoz en casa. Ha sido un drama y se ha hecho el contrario de aquello que tenía que haber pasado”, denuncia explicando todo lo ocurrido con tratamientos como la hidroxicloroquina.

“Mi conclusión es que se haga investigación médica independiente de la industria, con unas evaluaciones también independientes. Esto que digo tendría que ser una obviedad, como lo es que hace falta que se hagan estudios sobre los efectos de las vacunas a largo plazo”, reclama pidiendo desligarse de la financiación de la industria farmacéutica que es omnipresente en multitud de organismos del ramo. “Yo acabé la carrera de medicina en 1990 y diría que casi ninguno de mis profesores de medicina no cobraba de la empresa farmacéutica. Ahora no se puede decir esto mismo”, ejemplifica.

Forcades pone muchos más ejemplos de cómo la industria ha modificado hábitos y normas haciendo una sociedad quizá hipermedicalizada en parte amparada por una “responsabilidad corporativa” que no asume sus responsabilidades. También relata los pasos en falso ante determinadas pruebas PCR, la gestión de las residencias y su uso de los sedantes, el abandono de la atención primaria… ante lo que lamenta que “aquí no se acepta la discrepancia”. Además, recupera una de sus clásicas reivindicaciones como son el “clorito de sodio o de dióxido de cloro” como un remedio casi genérico para procesos inflamatorios y víricos, rechazado por las principales instituciones nacionales e internacionales.

El llamamiento

Frente a los negacionistas de la estrategia de vacunación contra el coronavirus, los oficiales y los de aperitivo de bar, se ha pronunciado repetidamente el papa Francisco. Reivindicando una especie de derecho universal a la vacunación, el pontífice ha actuado ante el temor que la industria y las autoridades de los países enriquecidos dejen de lado a medio mundo. Como muestra lo que escribe a un médico, Roberto Gallardo, presidente del Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y Doctrina Franciscana, que ha denunciado la mala distribución de vacunas en el mundo.

“La humanidad se salva y el virus se neutraliza con las vacunas, y medicación para todas las personas”, escribió Francisco en una carta personal. Para el Papa, solamente vacunando toda la humanidad, y dando los medicamentos a quien los necesite se podrán “abrir las fronteras y recobrar la normalidad en las relaciones internacionales”.

También ha sido significativa la felicitación pascual que el Pontífice ha hecho antes de la bendición Urbi et orbi.  Cristo resucitado es esperanza para todos los que aún sufren a causa de la pandemia, para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido”, señaló. “Que el Señor dé consuelo y sostenga las fatigas de los médicos y enfermeros. Todas las personas, especialmente las más frágiles, precisan asistencia y tienen derecho a acceder a los tratamientos necesarios”.  Para Francisco “esto es aún más evidente en este momento en que todos estamos llamados a combatir la pandemia, y las vacunas son una herramienta esencial en esta lucha. “Por lo tanto, en el espíritu de un ‘internacionalismo de las vacunas’, insto a toda la comunidad internacional a un compromiso común para superar los retrasos en su distribución y para promover su reparto, especialmente en los países más pobres”, reclamó.

Puede parecer descabellado comparar las palabras de una monja benedictina (doctora) con las de un Papa que hace una declaración institucional. Es verdad que ambos están haciendo sus discursos desde planos diferentes, aunque denunciando el mismo trasfondo que este virus –que ha azotado a Occidente frente a otras epidemias que no suscitaban tantos remilgos éticos–. No sé si un cristiano puede ser negacionista, lo que no puede ser es indiferente al sufrimiento.