Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Es tan peligroso el Camino Sinodal alemán?


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El santo

El cardenal Reinhard Marx contaba este sábado la historia de san Corbiniano de Frisinga cuya fiesta por el traslado de sus restos en el siglo VIII a la catedral alemana que le da nombre se celebra cada 20 de noviembre con una procesión juvenil. A san Corbiniano se le suele representar junto a un oso que le lleva el equipaje, una obligación que el impone el santo después de que el animal haya devorado a su mula.



De origen franco, san Corbiniano fue uno de los evangelizadores de los pueblos bárbaros. En su misión llegó hasta Frisinga donde fundo el obispado que continúa a día de hoy, si bien unido a la archidiócesis de Múnich. Antes de ser el primer obispo de Frisinga fue, durante 14 años, ermitaño a las afueras de París. En este periodo, movido por su devoción a san Pedro apóstol, decidió peregrinar a Roma junto algunos de los discípulos que acudieron a su eremitorio. Allí, el papa Gregorio II le envió como misionero a Baviera.

En su homilía, Marx recordaba esta peregrinación a Roma y como san Corbiniano experimentó una “mirada a la inmensidad”. El actual arzobispo de Munich y Frisinga señalaba a propósito de esta experiencia que “Roma abrió la visión a las posibilidades, para el progreso, para la inclusión de todos, para la apertura de la cultura, a la fe, para que la gente pudiera reconocer que el paso hacia Cristo es un paso hacia la inmensidad”. Por eso, Marx ha lamentado que la Iglesia sea vista como una “institución del pasado” y, por lo tanto, “no es ese motor de la progresión espiritual y intelectual”. Ahora bien, advertía el cardenal: “No se trata de progresar a toda costa, se trata de llevar a la humanidad más lejos en el pensamiento, en la vida, en la unión, en la paz, en el desarrollo ulterior de la convivencia humana”.

El comunicado

La fiesta de san Corbiniano de Frisinga ha recibido los ecos de una intensa semana de visita ‘ad limina’ de una buena parte del episcopado alemán. Lejos de ser un trámite rutinario el pasado viernes, 18 de noviembre, los 62 obispos asistentes en este turno tuvieron una reunión con los responsables de algunos de los reorganizados dicasterios de la Curia Romana –incluyendo al Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin– en la sede de los agustinos, al pie de la columnata de la Plaza de San Pedro.

Como ya contó Vida Nueva, la Santa Sede y la Conferencia Episcopal emitieron un comunicado conjunto con algunos de los acuerdos a los que se llegó en este encuentro. De Parolin se recoge solo un entrecomillado para presentar el Camino Sinodal como un elemento de preocupación del que pueden surgir “reformas de la Iglesia y no en la Iglesia”. Del presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Georg Baetzing, que se estrenaba en una visita ‘ad limina’ como obispo de Limburgo, se recogen los núcleos aprobados por la asamblea sinodal y destaca que con esta iniciativa han desarrollado una particular forma de “escucha del Pueblo de Dios y el dolor por los abusos cometidos por miembros del clero”, en sintonía con el próximo sínodo universal convocado por Francisco. Sínodo al que los curiales propusieron reconducir las conclusiones de la asamblea germana.

Yendo a las conclusiones, “surgió la importancia y también la urgencia de definir y profundizar en algunas de las cuestiones destacadas, por ejemplo, las relativas a las estructuras de la Iglesia, el ministerio sagrado y el acceso a él, la antropología cristiana, etc.” “Muchas intervenciones señalaron la centralidad de la evangelización y la misión como objetivo último de los procesos en curso”, se añade en el comunicado proponiendo un mayor tiempo para “fomentar una mayor reflexión y escucha mutua a la luz de las perplejidades que han surgido”.

La reacción

Más allá del comunicado, Bätzing reiteró que la Iglesia en Alemania “no sigue su propio camino y no tomará ninguna decisión que solo sería posible en el contexto de la Iglesia universal”, sino que solo intenta “dar respuesta a las preguntas que hacen los creyentes”. Con tono conciliador destacó que “la conversación con el Papa nos animó, porque nos ha dejado claro que las tensiones son necesarias y que la resolución requiere valentía y paciencia”.El obispo –que aclaró que lo del aplazamiento no está claro– tiene claro que los alemanes “no quieren otra Iglesia”, ni siquiera la “protestantización” –una de las críticas más insistentes dentro y fuera de Alemania–, sino “una Iglesia católica mejor, que viva desde la dimensión sacramental”.

Pero el Camino Sinodal, formalmente, es cosa de dos: la Conferencia Episcopal y el Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK). La presidenta de este último, Irme Stetter-Karp, no ha ocultado los recelos que ve en Roma hacia cualquier reforma. Para ella el Vaticano parece no confiar –llega a hablar de “desprecio”– en los obispos alemanes y “también ignora la impaciencia de muchos católicos con su Iglesia”. “No sirve de nada poner el freno de la reforma y esperar que el cáliz del cambio pase de largo para la Iglesia”, señalaba este fin de semana comentando que las preocupaciones de los católicos en Alemania son muy similares a los de otros lugares, según se recoge en las propuestas para el sínodo de la sinodalidad. “Las exigencias de mayor participación, justicia y aceptación de la diversidad, no pueden seguir siendo postergadas”, señaló, recordando que “el fin del abuso de poder es un requisito imprescindible para ello”.

Se habrá perdido aquella “mirada a la inmensidad” que el obispo san Corbiniano de Frisinga aprendió a agudizar en Roma, junto a la tumba del Apóstol.