Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Es posible vivir una santidad con espíritu juvenil?


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Pentecostés es un día en el que reivindicar la santidad laical. Con razón Francisco ha impulsado la santidad “de la puerta de al lado”. Además, “el corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que entregaron su vida por Cristo, muchos de ellos hasta el martirio. Ellos fueron preciosos reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y para sacarnos de la modorra”, escribió en ‘Christus vivit’ (núm. 49). Una serie de ejemplos los presenta el Papa en la exhortación, aunque el número no acaba de crecer.



Matteo

A comienzos del mes de mayo el papa Francisco autorizó a la Congregación de la Causa de los Santos la promulgación de los decretos que reconocen las virtudes heroicas de varios cristianos del siglo XX europeo, entre ellos el joven Matteo Farina, que murió por un cáncer en 2009 con 18 años. Este chico de Bríndisi era un apasionado del deporte, de la música –creó su propia banda con el adolescente nombre de los “Sin Nombre”– o de la química lo que le llevó a estudiar ingeniería ambiental.

La espiritualidad de Farina se fraguó acudiendo a misa, leyendo la Palabra de Dios, confesándose cada semana e incluso rezando el rosario.

En el sur de Italia la presencia del Padre Pío es caso obligatoria. Su mensaje caló en un sueño que tuvo a los 9 años. “Si eres capaz de entender que quien vive sin pecado es feliz debes hacerlo entender a los demás de manera que podamos ir todos juntos felices al Reino de los Cielos”, fue la revelación que recibió en ese sueño y que se convirtió en compromiso vital.

Esta misión se truncó con la enfermedad, tras descubrirse que tenía un tumor cerebral. Fue cuando tenía 13 años, no perdió la sonrisa ni el empeño en su fe ni siquiera cuando se sucedían las dolorosas operaciones a las que fue sometido. “Abatirse nos es bueno para nada, debemos ser felices y dar alegría. Más alegría damos, más felices son los demás. Cuanto más son felices los otros, más felices somos nosotros”, decía.

Con 13 años, escribió: “Estoy viviendo una de esas aventuras que cambian tu vida y la de los demás. Te ayuda a ser más fuerte y a crecer, sobre todo, en la fe”. Santidad de la puerta de al lado.

Carlo

Entre los santos jóvenes que cita el papa Francisco en ‘Christus vivit’ está el informático quinceañero Carlos Acutis. “Es verdad que el mundo digital puede ponerte ante el riesgo del ensimismamiento, del aislamiento o del placer vacío. Pero no olvides que hay jóvenes que también en estos ámbitos son creativos y a veces geniales. Es lo que hacía el joven siervo de Dios Carlos Acutis”, es lo que el papa Francisco ha escrito en el número 104 de la exhortación.

Francisco recuerda que “sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo y de las novedades que podemos comprar, obsesionados por el tiempo libre, encerrados en la negatividad” y precisamente por eso, para el pontífice, “fue capaz de usar las nuevas técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio, para comunicar valores y belleza” (núm. 105).

Él “no cayó en la trampa”, recalca Bergoglio, “veía que muchos jóvenes, aunque parecen distintos, en realidad terminan siendo más de lo mismo, corriendo detrás de lo que les imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y atontamiento” por eso orientó sus capacidades para realizar el plan de Dios y por eso decía que “todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias” (núm. 106).

Acutis murió con 15 años tras una fulminante leucemia en 2006. Hasta entonces era habitual verlo en la eucaristía, que fue su fuerza cotidiana desde que recibió la Primera Comunión con solo 7 años. La llamaba “mi autopista hacia el Cielo”. Este sacramento y su devoción mariana le enseñó a ver más allá del horizonte terrenal. “Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito. El Infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”, decía.

Sus talentos encontraron en el mundo de la informática un despliegue increíble. Dicen que amigos ingenieros informáticos veían en él un auténtico genio. Ha recordado al respecto el cardenal Angelo Comastri en una de sus biografías: “Los intereses de Carlo abarcaban desde la programación de ordenadores, pasando por el montaje de películas, la creación de sitios web, hasta los boletines, de los que se ocupaba también de la redacción y la maquetación, y el voluntariado con los más necesitados, con los niños y con los ancianos”.

“Estoy contento de morir porque he vivido mi vida sin malgastar ni un solo minuto de ella en cosas que no le gustan a Dios”, dijo al final de su vida. Un ejemplo de nuestros días para quienes cambiar el mundo a través de las redes o a través del ofrecimiento cotidiano de los sufrimientos.

Domingo

Otro testimonio. Este más clásico. He oído bastantes veces hablar al papa Francisco de Don Bosco y de los salesianos, y es que Bergoglio se bautizó el día de Navidad de 1936 en la iglesia del colegio salesiano del barrio del Almagro en Buenos Aires, la parroquia de María Auxiliadora y san Carlos –donde años después tendría el momento que le impulsa definitivamente a ser sacerdote–. Pero también ha hablado en ocasiones de Domingo Savio. Hace unos años, en una entrevista para un programa de televisión italiano, espontáneamente y sin papeles por delante propuso a Domingo Savio como ejemplo de chico que sabía afrontar con serenidad y normalidad cualquier tipo de situación.

Y para ello relató una breve anécdota de Domingo en el patio. Contaba el Papa que Domingo Savio un día, mientras jugaba con sus compañeros, le preguntaron: “Si en este momento el Señor te dijera que estás a punto de morir, ¿qué harías?” “Bueno, yo seguiría jugando”, respondió. Acto seguido el papa Francisco, concluía: “Para un santo, la muerte es tan natural que no altera en absoluto la normalidad de la vida”.

Puede parecer una anécdota de mal gusto, pero esta actitud vital de saber afrontar las cosas que sobrevienen ayuda a uno a crecer y sirve de apoyo para los demás cuando necesitan una mano amiga o un hombro sobre el que llorar. Con la misma ‘normalidad’ que Domingo seguiría jugando porque en ese momento es lo que está llamado a hacer con toda intensidad, fue de los primeros 14 chicos mayores del oratorio –él tenía entonces 12 años– que se ofreció en julio de 1854 a ayudar a las víctimas de una pandemia que sufrió Turín entonces, la del cólera –por cierto, no se sabía la causa, la bacteria se descubriría al final de aquel año–.

Con la normalidad de quien sabe lo que está haciendo y arriesgando, cuenta Don Bosco, que hasta que la epidemia cesó a partir del mes de noviembre de ese año, “fueron meses de trabajo duro y arriesgado, que de paso acabó con todas las telas del Oratorio–incluidos los manteles del altar– convertidas en sábanas o toallas para los enfermos”. Con razón decía Don Bosco que Domingo tenía un corazón “grande y transparente”.

Volvamos a Francisco, también en ‘Christus vivit’ se refiere a Domingo como el que sabe estar cerca de los compañeros que más lo necesitan. De él dijo entonces: “Cuando san Juan Bosco le enseñó que la santidad supone estar siempre alegres, abrió su corazón a una alegría contagiosa”. Domingo Savio, sigue jugando en el patio generando una pandemia de “alegría contagiosa”.