Ya pasó poco más de un mes en que Robert Francis Prevost Martínez se convirtió en el papa León XIV. He leído múltiples comentarios que lo llaman Benedicto XVII o Francisco II, ya porque observan una ruptura con su predecesor, en base a algunos signos que comentaremos en seguida, ya porque ven, más bien, una clara continuidad con el difunto papa argentino, basados también en ciertas señales. Veamos.
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Quienes apuestan por el rompimiento observan los siguientes detalles: el nuevo pontífice ya no vivirá en Santa Marta sino, probablemente, en el Palacio Apostólico, residencia oficial de los Papas; salió al balcón para saludar a la multitud revestido de roquete y mucete, a diferencia de la nítida sotana blanca de Bergoglio; no se quita el anillo del Pescador y alienta el que se le hagan reverencias, para resaltar la importancia del papado; en materia sexual, Francisco, sobre todo en lo relacionado con personas homosexuales y con las bendiciones a divorciados vueltos a casar, parecería más abierto que León.
Del otro lado, en el frente que observa secuencia y prolongación de la anterior gestión, resaltan la intencionalidad en el nombre asumido por Prevost Martínez, que manifiesta su énfasis en la Enseñanza Social de la Iglesia, como lo hizo Francisco; otro dato que se considera importante: el cardenal Víctor Fernández ‘Tucho’ -brazo derecho doctrinal de Bergoglio-, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ha sido recibido en varias ocasiones por León XIV, lo que hace suponer su permanencia en esa importante posición; y, por último, Prevost Martínez no solo no ha minimizado el tema de la sinodalidad, sino que lo ha fortalecido.
Es prematuro decantarse por una posición u otra. Solo el tiempo lo dirá. Yo me atrevo a anticipar que León XIV buscará un equilibrio entre el profesor –Benedicto XVI– y el pastor –Francisco de Roma-.
En efecto. Es de todos sabido que Ratzinger ha sido considerado como uno de los teólogos académicos más dotados del siglo pasado y del actual. Nadaba como pez en el agua cuando se encontraba en las aulas o las bibliotecas, pero no era lo suyo la talacha pastoral. Su producción bibliográfica es ingente, y los diccionarios teológicos ya lo incluyen entre sus mejores representantes.
Francisco de Roma no terminó su doctorado, y aunque tuvo intuiciones teológicas de gran valor, se distinguió más bien por el pastoreo. No en balde se le llamó el párroco del mundo, y la calle y las plazas eran sus sitios preferidos, en vez del salón de clases. No es que fuera limitado intelectualmente, pero la fina disquisición o el discurso grandilocuente estaban lejos de sus prioridades.
Prevost Martínez tiene lo más granado de los dos: es doctor en Derecho Canónico y fue misionero en Perú. Estamos, entonces, ante un profesor que es pastor, ante un pastor que fue profesor. Veremos si logra mantener esta armonía, o triunfa alguno de los dos matices.
Pro-vocación
En mi reciente libro, ‘La pastoral del papa Francisco en diálogo con la filosofía intersubjetiva. Coincidencias y desafíos‘ (PPC), afirmé que la propuesta pastoral del difunto Bergoglio quiere favorecer y no entorpecer el encuentro con Dios -como sí lo hacen muchas posturas rígidas y legaloides de no pocos jerarcas y laicos que se sienten dotados con la verdad absoluta-. Propone a la naturaleza, a los más pobres y desprotegidos y, en especial a Jesucristo, como las principales vías de acceso para llegar a Dios.