Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Entre el árbol de la cruz y el poste


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Converso con una persona de 72 años, de la parroquia. Sufre una enfermedad irreversible y muy deteriorante. Lo vive como “cargar con la cruz que Dios le ha enviado”, lo que explicaría también su amargura casi permanente y ese ceño fruncido mirando desde el banco de la Iglesia donde siempre se sienta. Siempre el mismo: “Este es mi sitio”. Su esposa habla de él como “la cruz que me ha tocado” cuando recuerda el maltrato físico y, sobre todo, psicológico que sufre desde que se casaron. “Es su carácter… ¿Qué voy a hacer a mi edad? … Tendrá que ser así”, repite ella. Una de sus hijas, con 31 años (“la única que sigue viniendo a la Iglesia de mis hijos”) suele participar en la oración compartida que tenemos una vez a la semana. Es frecuente que ofrezca a Dios cosas que le agradan, como someterse en silencio a los excesos de su jefa de sección “porque es la única que no se queja y con los demás ya no puede”. Dice que lo ofrece para unirlo a la Cruz de Jesús. O no beber agua cuando tiene sed. O no haberse independizado a pesar de tener un sueldo que se lo permite, “por acompañar a mis padres, porque no hay vida sin cruz y yo sería más feliz viviendo independiente pero no podría estar tranquila haciendo lo que quisiera, como mis hermanos”.



Igual suena a otras épocas y otros modos de vivir la fe. Igual ya no pasa tanto y experimentamos un rostro de Dios muy distinto. Igual sí damos un sentido cristiano a la Cruz de Cristo y a su Pasión y esto es una excepción. Pero intuyo que se nos sigue colando de mil formas. Esta semana, compartiendo la celebración de la Palabra en la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz pregunté a la gente con qué palabra asocian “cruz”. Ganó por goleada sufrimiento y sacrificio. Muy atrás, aunque al menos apareció, estaba Jesús, Cristo y amor. Y para completar el cuadro, me llegó un monólogo antiguo de una cómica que en un momento decía: “Miren si yo soy cristiana, que yo no soy feliz ni cuando soy feliz. Cuando soy feliz digo: ¡ay que rara estoy!, ¿me irá a pasar algo? A ver si Dios me castiga por pasármelo bien…”. Y la gente reía a carcajadas.

Es fácil hacer un chiste con el modo cristiano de vivir la Cruz porque nosotros mismos –la Iglesia– lo hemos ido deformando. Quizá porque, como a los discípulos, nos escandaliza y nos estremece el fracaso, la muerte, el dolor, el abandono y somos duros para entender (cf. Mt 16,21. 17,12. 20,17-19). Quizá porque es un Misterio y los misterios se acogen, se respetan, se contemplan… no se resuelven como un jeroglífico.

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Pero, sobre todo, siento que el mayor problema está en desgajar la Cruz de la Vida. ¡No! ¡No todos los sufrimientos, frustraciones, injusticias, accidentes, enfermedades, tragedias… son la Cruz de Jesús! ¡No todo silencio, aceptación, retraimiento, perseverancia… es Cruz de Jesús! Creo que sólo es Cruz cristiana cuando:

  • No es buscada, pero se afronta. Jesús se esconde en la ciudad mientras puede porque sabe que lo quieren atrapar. No es un kamikaze. Pero cuando llega la hora, no huye de Getsemaní.
  • Podemos vivirla sin amargura ni rencor, sin pasar factura a los que nos hacen daño. Jesús pide al Padre que los perdone. No aprovecha para descubrir a Dios “lo malos” que han sido con él.
  • Genera vida para otros porque está sembrada de amor. Ha sido fuente de vida, ha provocado que muchos se asombren y pongan su vida en manos de Dios. Nos ha salvado a cuantos queramos acercarnos. No nos mantiene en perpetua tristeza y lamento. Jesús no se quedó en la Cruz aunque ya vaya siempre consigo.

Levantar la voz y decir “basta”

Por eso, pido a Dios que me ayude a no responsabilizarle a él de mis fracasos o de los reveses de la vida y menos aún que pueda pensar ni por un momento que Él se complace al ver cómo sufro para demostrarle mi amor. ¿Quién ama así? Eso no genera vida a nadie. Me pregunto si a veces preferimos decir que callamos y aguantamos “por Jesús”, porque eso es más fácil que levantar la voz, decir “basta” y arriesgarse a que nos tachen de alguna lista de buena conducta o tener que recrear mi vida.

Y me acordaba de una historia que comparaba un árbol y un poste. No sabría decir dónde lo leí. La Iglesia celebra y adora el árbol de la Cruz: vivo, lleno de vida, que reparte sombra, frutos, flores… ¡vida! Qué triste sería que lo convirtamos –cada uno en su situación– en un simple poste de madera. Triste, hueco, áspero, al que nadie desea abrazar si no es porque un supuesto y terrible Dios se alegraría de ello. Intuyo que ese Dios no es el de Jesús.