Rafael Salomón
Comunicador católico

“En paz me acostaré, y asimismo dormiré”


Compartir

Grité, pero no salía sonido alguno, necesitaba pedir ayuda y era casi imposible, buscaba la forma de moverme, pero no lo lograba, fue una angustia que se salió de control, ni siquiera podía llorar, puedo decir que fue el pánico más intenso que he sentido.



A veces el miedo se apodera de nosotros y experimentamos el terror absoluto, ese que nos inmoviliza y nos deja sin poder pronunciar palabras, lo que estamos viviendo en sueños llega a ser tan real que nos confundimos. Así me sucedió hace unos días, después de una semana intensa de actividades y por supuesto de muchas buenas emociones.

Añoraba que llegara la hora de dormir y eso parecía que cada vez se postergaba, una u otra cosa interferían para poder ir a descansar, cuando por fin llegó el momento, me perdí en un sueño reparador, algo que el mismo cuerpo agradece, pero… no todo estaba bien. En mi más profundo sueño, comencé a experimentar miedo, angustia y una situación que estaba fuera de mi entendimiento, todo a mi alrededor me hacía sentir angustia y desesperación.

Cabe señalar que no estoy medicado, que no necesito pastillas para dormir, tampoco había visto nada que pudiera alterar mi estado emocional, tampoco algo que fuera impactante en esa semana y que por las noches procuro cenar algo muy ligero y ese día no fue la excepción. En mis sueños estaba viviendo el miedo que jamás podría haber imaginado, no entraré en detalles porque aún sigo confundido por lo que sucedió esa noche.

mujer durmiendo

Miedo angustiante e inmovilizador

Lo que estoy narrando son las emociones de terror que experimenté, no podía hablar, me era imposible gritar, solo balbuceaba y me parecía el acto más complicado. Mi esposa se percató de lo que me estaba pasando y me comentó que le llamó mucho la atención que estuviera haciendo ruidos guturales, pero que decidió dejarlo pasar.

Mientras yo estaba viviendo angustia, miedo y soledad en un lugar desconocido, impreciso y oscuro. Cada vez aumentó ese miedo hasta transformarse en un pánico indescriptible, llanto contenido y en un momento dado y como un esfuerzo sobre humano, comencé a rezar con mucha dificultad el Ave María. Fue en ese momento en el que mi esposa se alarmó y según me explicó: “cuando empecé a escucharte que rezabas, decidí despertarte”.

Bastaron unos cuantos movimientos para que regresara de esa experiencia terrorífica, estaba sudando y aún con la sensación de no poder decir palabra alguna le dije: –Gracias por despertarme ¡Esto no era una pesadilla!-. Sé que mi esposa no comprendió muy bien lo que quise expresarle, estuvo mejor así, de lo contrario tal vez no hubiera podido dormir.

Jamás me había sucedido una experiencia tan fuerte y tan intensa, entiendo que puede tener muchas explicaciones psicológicas, detonantes, miedos, en fin, explicaciones hay muchas, pero lo que puedo decir fue que conocí el miedo más angustiante e inmovilizador que jamás había sentido. Por cierto, le comenté a mi esposa: “Cuando veas que vuelvo a sentirme incómodo durante el sueño, te agradeceré me despiertes, porque seguramente es mucho más que una pesadilla”.

“En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo Tú, Señor, me haces vivir confiado“. Salmo 4, 8