Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El virus del miedo


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No sé cómo lo estarán viviendo los demás, pero a mí me encanta esto de avanzar en las fases de desescalada y recuperar actividades que antes eran de lo más normales. Me da la sensación de que no está lejos el momento en que volvamos a nuestras rutinas anteriores, aunque tengamos que hacerlo con mascarilla y respetando la distancia de seguridad. Mientras para mí estos avances son toda una alegría, también percibo que hay muchas personas que aún tienen mucho miedo. No digo precaución, sino miedo, que es muy distinto. De hecho, algunos hablan del “síndrome de la cabaña” para referirse a ese pánico que puede llegar a producir salir de casa después de meses sintiéndonos protegidos en nuestro hogar.



No tener miedo

Estoy convencida de que no hay nada que nos merme tanto como dejarnos llevar por el miedo. Este tiene una capacidad paralizadora absolutamente increíble (ya lo cantaba Ismael Serrano en ‘El virus del miedo’). No es de extrañar que la invitación a no tener miedo sea una de las expresiones que la Biblia pone más en boca de Dios y del Resucitado. Todos sentimos miedo a muchas cosas, algunas inconfesables y otras absolutamente irracionales. Experimentarlo no es un problema, pero sí lo es dejarse llevar por él y por ese potencial que tiene de replegar nuestras alas e incapacitarnos para volar tal y como somos llamados a hacerlo.

¿Quién puede vencer el miedo? ¿Quién es capaz de avivar la confianza lo suficiente como para no dejar que el temor se convierta en pánico y nos haga salir huyendo? ¿Qué fuerza inaudita será capaz de debilitar esa inmensa atracción a replegarnos a la que nos impulsa el pánico? ¿Qué voz desmiente sus gritos y nos susurra al oído aquello a lo que somos capaces y que Dios sueña para nosotros? El Espíritu, ese mismo Espíritu que impulsó la vida de Jesús y que Él nos regala, nos lanza más allá de nuestras propias capacidades y fuerzas. ¡Ven, Espíritu Santo!