Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

El fuego que me habita


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Ya me gustaba Juliette Binoche antes. Yo no soy experta cinéfila -para nada- aunque me gusta mucho el cine. Sí sé que hay películas que se quedaron en mi memoria con el rostro y la mirada de Binoche, como Chocolat o Azul.



Siempre me resultó una actriz creíble. Sin artificios. Con un enorme poder de comunicar y conectar con quien la ve. Una mujer que en su aparente simplicidad brilla y quizá, justo por eso lo hace. Es de esas personas que, sin conocerlas, te dan confianza.

Y después de escuchar su discurso en la entrega del Goya internacional 2023, me gusta más aún. Mientras la escuchaba solo podía pensar: “Ojalá poder decir algo parecido cada cual de su propia vida”. Porque creo que sus palabras van mucho más allá de su propia experiencia personal.

Este Goya no es para mí, no es para Juliette. Es para el ardiente deseo que me invade, para el fuego que me habita pero que no me pertenece. Es esa fuerza que brota. Solo soy un instrumento de este ardiente deseo. Una herramienta, una voz, un cuerpo, una sensibilidad con una capacidad limitada pero que está atenta para escuchar, que camina de puntillas, que se aproxima al precipicio, que se sumerge en el abismo con el miedo en el vientre, pero con el secreto deseo de salvarse.

Un regalo

Conozco esa sensación. No es permanente ni mucho menos, pero la conozco. La vida te regala, a veces, percibir que lo más valioso de ti misma no es tuyo, lo has recibido, te lo han regalado. Un fuego que te invade, te habita, que está vivo porque lo sabes brotando. No se estanca si tú no lo desatiendes. Por eso es también un ardiente y continuo deseo. ¿Qué sería de nosotros sin deseo? ¿Qué sería de ese fuego sin un cuerpo, una sensibilidad y una capacidad por limitada que sea? Somos el resultado de esta curiosa unidad, tan cambiante como irreductible. Quizá por eso somos capaces de aproximarnos a precipicios y abismos y vivir con miedo en las entrañas, porque sabemos que tal fuerza -ese fuego del deseo- nos salvará en cualquier caso.

Juliette Binoche

No vale cualquier fuego. No vale cualquier deseo. Tiene que ser uno con vida propia, capaz de habitarnos y ponernos en camino, aunque sea de puntillas, aunque nos abisme.

Un deseo ardiente que yo no puedo guardar para mí. Yo debo compartirlo. No puedo quedarme contenta teniendo fe yo solamente, tengo que darla. No puedo contentarme con esperar, tengo que dar la esperanza. No es suficiente ser una actriz feliz, hay que dar felicidad. No basta con ser honesta delante de la cámara, hay que transmitir ese deseo de ser honesta a la gente, en la vida.

Creo que puede responder a muchos nombres: dios, espíritu, vocación, fe, sentido de la vida, amor, belleza, verdad…  Y con todos ellos, la misma experiencia que Binoche expresó con tanta claridad: Identificarás que te habita si no puedes guardártelo dentro. Quieres compartirlo. Más aún: quieres que otros deseen vivirlo también. Supongo que es el sello de las cosas más auténticas, las que merecen la pena: no basta con que te hagan feliz a ti, necesitas que otros también lo deseen. Entonces se produce de nuevo el milagro: nuevos cuerpos, nuevas sensibilidades, nuevas capacidades que lo encarnan en el mundo.

Hace 40 años que trabajo como actriz y hay muchas personas a las que quiero agradecer esta noche. Quería deciros que la alquimia de la luz del espíritu, de los cuerpos, cuando rodamos, es tan fuerte que siempre me dan ganas de seguir trabajando a pesar de los años.

La alquimia de la luz. La magia de la luz. El milagro que nos habita y que nos da ganas de seguir trabajando y apostando y viviendo a pesar de los años. A pesar de todo. ¿Cómo no estremecerse y estar profundamente agradecida ante ello? Llevamos un tesoro dentro. Así de valiosos somos.