Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Dios se ríe bastante de nuestro currículum vitae


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Siempre he generado cierta desesperación en quienes se toman muy en serio los juegos de mesa y los viven como si su vida dependiera de ello, porque nunca he comprendido muy bien que jugar implique pensar demasiado. Me sucede precisamente lo contrario, entiendo que pasarlo bien y divertirse es todo lo contrario a estrujarse el cerebro. Quizá porque a lo que dedico la vida tiene mucho de darle vueltas a las cosas, entiendo que distraerme y desconectar debería suponer hacer todo lo contrario a lo que constituye mi mundo laboral ¿no? El caso es que, como es fácil de suponer, no me representa para nada todos esos que afirman que “no les gusta perder ni al parchís”. Si esto me sucede en algo que implica, inevitablemente, algo de competitividad como es un juego de mesa, os podéis imaginar la sorpresa y el desconcierto de ganar algo para lo que ni siquiera había (ni habría) postulado.



Inmerecido

Pues sí, últimamente me han dado un premio, uno de esos que no esperas, para los que se me ocurren varias candidatas que me dan mil vueltas y cuyo motivo no acabo de entender. Quizá es porque a lo que se supone que hago y que justifica el galardón no le echo muchas cuentas. Me refiero a que me pasa como con los juegos de mesa: trato de disfrutar con lo que hago sin otra pretensión que compartir vida e inquietudes con otros, cuidar de una vocación que es la mía propia y, sobre todo, decir aquello que, en conciencia, no puedo callar, guste o no a quienes me escuchen. Eso sí, el asombro solo potencia el agradecimiento por el hecho de que otros valoren y reconozcan lo que ni yo misma considero para tanto. Al revés, la sensación de “inmerecido” me permite entender “por dentro” un poco mejor cómo el merecimiento nos imposibilita interiormente para acoger el don.

Ianire Angulo Premio Carisma

De hecho, tengo la intuición de que enfrentar la existencia como un campeonato, por más que el único contrincante sea uno mismo, solo sirve para ciertas cosas. En cambio, para las esenciales el motor que nos moviliza es el agradecimiento. Cuando, como el publicano de la parábola de Lucas (Lc 18,13), vamos por la vida sabiendo que no tenemos ninguna lista de méritos que podamos presentar, al menos no para lo que realmente vale la pena, todo aquello que se recibe se acoge con el asombro y el desconcierto agradecido de quien hace experiencia de incondicionalidad. Así sucede con las personas y, sobre todo, con Dios, que se ríe bastante de nuestro currículum vitae. Así que sí, que estoy agradecida y contenta por el Premio Carisma, pero no puedo evitar escuchar dentro de mí esa recomendación de Jesús de alegrarnos, más bien, porque nuestros nombres están escrito en el corazón de Dios (cf. Lc 10,20).