Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

De éxitos y fracasos


Compartir

No sabría decir, en realidad, en qué consiste el éxito y en qué el fracaso. Pero mucho más difícil me parece distinguir, sin margen de error alguno, una persona fracasada y otra exitosa.



Si haces una sencilla búsqueda en Google encuentras criterios de lo más variopinto. Se tiende a asociar a alguien exitoso con alguien seguro de sí, con metas claras y estrategias coherentes y consistentes. Son personas multimotivadas, proactivas, asertivas, que no desisten de sus objetivos, admirados y envidiados a partes iguales. Otros unen el éxito al perfil de personas sonrientes (no necesariamente alegres, que no es lo mismo), felices, rodeadas de quienes los quieren incondicionalmente y a quien quieren… uffff…

Dice la RAE que éxito es el “resultado feliz de un negocio o actuación”. También “la buena aceptación que se tiene de lo que ocurre” o “el final de algo”. Quizá por eso “exitus” (que en latín significa salida) es el modo en que se designa en clínica la muerte de un paciente. Curioso.

Me parece que no tenemos esto muy presente cuando decimos coloquialmente que alguien es un hombre o una mujer de éxito. Peor aún si decimos “ha triunfado”. Creo que rara vez el criterio clave es que sea feliz, que acepte de buen grado lo que la vida va trayendo o sepa asumir el final de algo. Me he cruzado con gente feliz que no destacaba por grandes dotes estratégicas, ni por ser proactiva con metas claras. Ni siquiera cumplían ese ideal extendido en artículos de autoayuda de persona íntegra, que perdona, que no deja que nada le afecte o le haga dudar.

‘El rey pescador’

Pienso en personas que son felices y aceptan la vida como viene con serenidad porque no ansían grandes cosas ni se comparan ni necesitan tener cada vez más títulos ni reconocimientos ni obras. A ojos de la sociedad posiblemente encajan más en la gente del montón, quizá no llegamos a llamarles fracasados, pero sí se les tacha de mediocres. Me recuerda mucho la película ‘El rey pescador’, que recomiendo. ¿Cuándo tiene el protagonista una vida más exitosa, siendo un afamado locutor de radio o caminando desnudo sobre la yerba? Sí, ya sé que no hay por qué elegir y que hay que ser realistas. Sí, ya sé que la película es un cuento precioso y loco pero solo un cuento. Es verdad. Pero igual la vida es menos bonita sin cuentos y algo de locura quijotesca, ¿o no?

El rey pescador

Dice la RAE que fracaso no solo es el “malogro o resultado adverso de un asunto”, sino algo “lastimoso, inopinado y funesto”, “caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento” e incluso “disfunción brusca de un órgano”. Y siento que hay éxitos -los más importantes- que solo son posibles después de un malogro, una vivencia lastimosa, inopinada y funesta, acompañada de caída o ruina con estrépito y rompimiento… Uff… Porque a veces ocurre que solo aparece la salida (el exitus) cuando otra “cosa” se rompe o arruina.

A veces, hay momentos de la vida en que parecen alinearse diversas “casualidades causales” y coinciden aparentes “éxitos”. Es decir, esas cosas que no has buscado pero que tampoco responden al azar sino a las decisiones tomadas, a tu esfuerzo, al recorrido que has ido acumulando… Te visibilizas más de lo que querrías, te buscan, hablan de ti, se valora tu trabajo o algún proyecto realizado… Puede que hasta te feliciten o digan: “vaya, qué bien te va…” Los que te aprecian, se alegran. Los que no, hasta les dará rabia pensando que esos “éxitos” supuestos te llenan la vida. Y otros pocos te mirarán a los ojos y te preguntarán: “Y tú, ¿cómo estás?”. Porque saben que esto de triunfar o fracasar no tiene mucho que ver con lo visible. Está infinitamente más asociado a vivir con “suelo firme”, a tener un “lugar” (casi siempre personas, no lugares) donde te esperan y donde poder ir cada día, a saberte en camino (pero en “tu camino”), a poder ir “descalza y desnuda” y dedicar tiempo a oler la yerba y la lluvia y el sol, a mirarte al espejo por la mañana y sonreírte sin miedo y sin culpas, a que alguien te piense y te quiera tanto como lo haces tú (a su manera). Porque las luces se apagan antes o después, cierras la puerta, te sientas solo en tu sofá y comienza la verdad más verdadera.

Puedes ir añadiendo tu propio escenario de éxito. Ese que no recogerán los gurús del crecimiento personal ni las empresas, por importante que sea. Ni siquiera puede que responda al ideal de buena gente que todos querríamos ser y en el que casi nadie puede estar permanentemente perdonando, sonriendo, siendo asertivo… Pero es tu escenario. Es esa clave que para ti ya resulta esencial, irrenunciable, aunque vaya cambiando con el tiempo. Muchos no lo saben, pero cambiarías sin dudarlo todos los éxitos aparentes que ellos aplauden por un segundo de “eso”. Y por eso, y sólo por eso, no tener lo que has elegido como irrenunciable es un fracaso y vivirlo la única medida de tu éxito.