Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Cuidar: el milagro de la amabilidad (II)


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A raíz de las palabras de Francisco en ‘Fratelli tutti’ 224, veíamos que quizá esto de ser amable parezca una cosa menor, de esos pequeños detalles que no cambian nada. A mí cada vez me parece más esencial y muchas veces marca la diferencia entre contribuir a un ambiente enrarecido o darnos un poquito de aire para respirar todos mejor.



De hecho, creo que no es posible tomarse en serio el cuidado sin dar importancia a los pequeños gestos, al talante cotidiano con que nos movemos por la vida. No podemos tomar en serio estrategias y planes para una cultura del cuidado y la humanización mientras sigamos sin tocar nuestras propias formas de hablar, mirarnos, tomar decisiones, discutir o saludar. No hay cuidado sin honestidad, ternura, amabilidad, verdad, humildad:

“La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos” (Francisco, ‘Fratelli tutti’ 224).

Quizá porque, al final, donde no hay cuidado se acaba instalando en mayor o menor grado la crueldad entre nosotros. Suena fuerte, ¿no? Por eso busqué qué dice la RAE que es la crueldad: “Inhumanidad, fiereza de ánimo, impiedad”.

Mirar a los ojos

Y entonces entendí mejor por qué una persona amable es un milagro. Y por qué la ausencia de cuidado no solo es ausencia de algo bueno sino inicio de un modo de relacionarnos y estar en el mundo un poco más “inhumano”. Cruel.

Es inhumano, es falta de cuidado y delicadeza, de ternura y amabilidad, ir por la vida centrados en nuestras propias historias, dolores o alegrías. Porque tan narcisista es una cosa como la otra, ya sea por exceso de gozo o de dolor, invisibilizando al otro, al mundo, a lo que no soy yo “y mis cosas”.

Dinamita una cultura del cuidado que subamos a un bus o entremos en una tienda o un cine y no miremos a los ojos ni saludemos, limitándonos a lograr lo que queremos: un ticket, un libro, 100 gr de jamón… Es cruel (inhumano) que entremos en un restaurante o en una biblioteca o en un portal y no reparemos en quien está haciendo su trabajo, limpiando, por ejemplo, como si fuera parte del mobiliario. O aparcar el coche ocupando dos espacios por el simple hecho de hacerlo con prisa y sin pensar en los demás. O no dignarse a un “perdón” cuando pisas sin querer a alguien en un espacio abarrotado. Ni un “gracias” a cualquiera en cualquier situación, dando por hecho “que es su trabajo”, “lo he pagado”, “no tengo por qué agradecer lo que es su obligación” … Sí, detalles muy pequeños, cierto. Pero van cargando una manera de estar en el mundo y una manera de ser tratados que se nos queda pegada por dentro.

Pero más urgente me parece recuperar la amabilidad con los nuestros, con los cercanos, con los de “casa”, con los amigos. Como si el hecho de querer a alguien o saber que te quiere nos diera carta libre para hablar con cualquier tono de voz, para utilizar las palabras sin pensar el efecto que van a tener en quien me escucha, para no tomar la iniciativa con una sonrisa, una caricia o un silencio compartido. No habrá cultura del cuidado si no priorizamos este milagro de la amabilidad cotidiana: un guiño cercano al amigo que pasa un momento de dificultad, un rato de escucha a quien nos espera al llegar cansados a casa en vez de ponerme a ver la tele, una mirada apacible en el trabajo con quien se ha equivocado en lugar del reproche frío y calculador, elegir fiarnos en lugar de juzgar, acompañar en lugar de corregir por adelantado, dialogar aunque discutamos en vez de decidir por mi cuenta lo que afecta a los dos, …

Sigamos poniendo ejemplos concretos. Quizá sea la única forma de aterrizar las grandes palabras y no traicionarlas. Humanizar, vulnerabilidad, cuidado, ternura, amor… Comencemos por ser amables (que-se-puede-amar), ¡por tratarnos bien! Ya lo cantaba Violeta Parra (hoy os lo regalo en la versión de Rozalén):

“Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber ni el más claro proceder, ni el más ancho pensamiento. Todo lo cambia al momento cual mago condescendiente nos aleja dulcemente de rencores y violencias. Solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes (…) El amor es torbellino de pureza original. Hasta el feroz animal susurra su dulce trino. Detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros. El amor con sus esmeros al viejo lo vuelve niño y al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero”.