Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Cuaresma Lardera


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Al parecer el Jueves Lardero es una tradición típicamente española aunque cambie el nombre según lugares: Jueves gordo, “Dijous gras” (jueves graso) en catalán, o incluso “Día de la mona” en Albacete.



En todo caso, es el jueves anterior al miércoles de Ceniza que da inicio al Carnaval, esa fiesta del medievo donde se despedían de la carne y agotaban las despensas de chorizos y grasas antes de que los ayunos cuaresmales lo echaran a perder. Por supuesto, tal despedida carnal también incluía todo lo sexual preparándose para la “voluntaria” abstinencia durante cuarenta días. De ahí las curiosas costumbres con que se despedía a las prostitutas de las poblaciones al terminar el carnaval y se las recibía con gran fiesta al concluir la Cuaresma. El razonamiento parece claro: si vamos a ayunar y a abstenernos de todo tipo de placer corporal, relacional, gástrico y sexual, conviene darnos un buen atracón (permitido y bendecido, claro) porque eso ayudará a afrontar la Cuaresma.

De ese razonamiento también provienen los bailes de máscaras, entre los que destacó el de Venecia desde el siglo XVII: ocultemos nuestra identidad para disfrutar durante el carnaval y así poder mezclarnos y propasarnos sin responsabilizarnos de ello.

En España, al parecer, los tres días de carnaval (‘carnem-levare’) no nos parecían suficiente y se adelantó el inicio al jueves previo, un día para untar de grasa el asado (de ahí el nombre “lardero”) y disfrutar: es un día típico para salir al campo, compartir hornazo o bollos ‘preñaos’, carne de cerdo, huevos, buen pan y buen vino. Era un día con un fuerte sentido festivo y familiar, dejando otros excesos carnales para el domingo de carnaval.

Ayuno y penitencia

Me parece curioso y sugestivo. Sé que teológicamente el sentido primario de la penitencia cuaresmal es vivir los días que pasó Jesús en el desierto y fue tentado antes de comenzar su predicación y vida pública. Sé qué todas las culturas, movimientos filosóficos y religiones consideran como un beneficio algún tipo de tiempo penitencial y ayuno como experiencia de fortalecimiento personal, de purificación, de arrepentimiento, de solidaridad con el sufrimiento ajeno o como simple mejora madurativa. También sé que bíblicamente muchas de nuestras prácticas quedarían cuestionadas:

  • Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, cuando deis limosna no o hagáis para que los demás os vean, cuando oréis, no lo hagáis en plazas o lugares públicos (Mt 6, 1-6).
  • Cuando a Jesús le acusan de estar comiendo con pecadores mientras debería estar ayunando, él responder “misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,10-13)
  • Cuando le reprochan no seguir las tradiciones de los mayores y comer con manos impuras, Jesús contesta: “invalidáis la Palabra de Dios para aferraros a esas tradiciones” (Mc 7,1-13)

Pero lo que más me sorprende es esa dinámica humana siglo tras siglo al pensar que un exceso nos prepara para una restricción voluntaria o impuesta. No sé vosotros, pero a mí no me acaba de cuadrar. Es más, habitualmente tiene el efecto contrario porque te genera un deseo mayor y descontrolado.

Y no me sorprende menos la convicción de que restringir cualquier fuente de gozo, bienestar o placer, por el mismo hecho de renunciar a ello (sacrificio), sea humanizante y nos haga mejores personas o incluso mejores cristianos. De hecho, espontáneamente, la historia nos revela que hemos conseguido convertir toda norma restrictiva en algún tipo de placer o gusto compartido. Un buen ejemplo es la amplia gastronomía cuaresmal que hemos ido desarrollando: los potajes, diversidad de pescados, guisos o las suculentas torrijas.

Y un último asombro: al menos en los ámbitos sociales que yo conozco, en gran medida hemos abandonado la vivencia cuaresmal (no solo las prácticas cuaresmales) y se ha potenciado el carnaval. Sería de esperar que, si dejamos de practicar cualquier tipo de abnegación, ayuno o abstinencia, dejaríamos de necesitar excesos previos que nos preparen a la Cuaresma. Pero no es así. Y me pregunto si, especialmente los creyentes, no podríamos sacar alguna conclusión de este proceso histórico y espiritual.

Me pregunto si no es el momento de que los cristianos dejemos de acoplarnos a las costumbres o tradiciones medievales, convertidas ahora en fiestas sociológicas, y recuperemos los tiempos litúrgicos como verdaderos espacios de Espíritu para crecer como personas, como hijos e hijas de Dios que siguen a Jesús y quieren vivir y sentir como Él. ¿Sugerencias?