Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Compañeros de camino


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Hace ya varios años que se estrenó la película ‘La milla verde’, protagonizada por Tom Hanks. Recuerdo que, cuando la vi, me impresionó mucho el personaje en torno al que giraba la trama de la película. Se trataba de un inmenso hombre de color que, pese a su apariencia agresiva, era todo bondad. Lo que más me impactó era su capacidad de ‘sentir con’. Tenía el don de percibir el dolor de quienes le rodeaban y padecerlo él mismo con tal intensidad que le suponía un sufrimiento indecible.

A veces tengo la sensación de que, si saboreáramos algo del sufrimiento de quienes nos rodean, nos pasaría como a este personaje y no podríamos soportarlo. A veces basta intuirlo, vislumbrarlo, para que ya te duela como algo propio. Por eso resulta más sencillo no asomarse a ese abismo y protegernos ante los otros tras esas conversaciones insípidas de ascensor, que ocupan el tiempo y no dicen nada.

Asomarnos a la vida de los demás

En cambio, si somos capaces de vencer ese temor inconfesable de asomarnos a la vida y el misterio de los demás y ellos nos regalan la confianza necesaria para ello, podremos ser, además de testigos de sus sufrimientos, también de sus gozos, esperanzas e inquietudes. No solo participaremos de esas heridas escondidas y cargaremos con algo del peso de su dolor, sino que también se nos permitirá intuir el paso silencioso de Aquel que sana corazones, disfrutar de sus pequeñas alegrías y convertirnos en verdaderos compañeros de camino… y no simples cohabitantes de un mismo espacio. 

Ante el misterio que los otros guardan en su corazón, nos pasa como a Moisés ante la zarza ardiente: atrae, asombra, desconcierta… pero, sobre todo, es una tierra sagrada ante la que urge descalzarse para no profanarla con nuestra torpeza “de fábrica” (Ex 3,2-5).