Por razones que ahora no vienen al caso, me he encontrado de nuevo con el interesante mundo de la exégesis judía o rabínica (y en ocasiones también cristiana). Entre los procedimientos que se emplearon para buscar todo el sentido posible al texto bíblico hay dos especialmente llamativos: la ‘gematría’ y el ‘notariqon’.
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La ‘gematría’
El primero de ellos consiste en jugar con el valor numérico de las letras del alfabeto, habida cuenta de que en hebreo no hay signos especiales para los números. Este hecho no se da solo en el hebreo, sino que lo encontramos también en el griego y en el latín. Así, en latín, la L vale cincuenta, o cien la C, y quinientos la D. En hebreo, la primera letra del alfabeto vale uno, la segunda, dos, etc. Aplicando este procedimiento, el texto de Gn 14,14: “Cuando Abrán oyó que su sobrino [Lot] había caído prisionero, reunió a sus hombres adiestrados, trescientos dieciocho nacidos en su casa, y emprendió la persecución de aquellos hasta Dan”, el targum traduce: “Y oyó Abrán que su sobrino Lot había sido hecho prisionero y armó a sus jóvenes, los nacidos en su casa; y no quisieron ir con él, y se escogió entre ellos a Eliezer, que era…” ¿Por qué se ha podido sustituir a los trescientos dieciocho criados por Eliezer? Precisamente porque las letras de ‘Eliezer’ suman justamente trescientos dieciocho.
En la genealogía de Jesús con que se abre el evangelio de Mateo, el evangelista concluye de la siguiente manera: “Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce” (Mt 1,17). ¿Adónde apunta este enigmático catorce? Algunos autores han propuesto juegos numéricos, como tres veces catorce; pero otros han pensado precisamente en el juego numérico de la ‘gematría’, dado que la suma de las letras de “David” es exactamente catorce, de modo que se estaría invocando tres veces el nombre de David sobre Cristo, lo que sería equivalente a proclamarlo Mesías.
El ‘notariqon’
El ‘notariqon’ consiste en valorar cada letra de una palabra como inicial de otros tantos términos. Así, la primera palabra de la Biblia, ‘beresit’ (“En el principio”), la tradición cabalística la “descompone” y la interpreta así: “Creó (‘bará’) el firmamento (‘raqya’), la tierra (‘erets’), los cielos (‘samayim’), el mar (‘yam’) y el abismo (‘tehom’)”; como si en la primera palabra bíblica se concentrara toda la fuerza creadora de Dios.

Imagen de archivo de unos jóvenes con una Biblia en español/CNS
Pero el mismo procedimiento, muchos años más tarde, le servirá también a Alfonso de Zamora ‒un converso judío‒ para “demostrar” a sus antiguos correligionarios que en esa primera palabra bíblica hay una confesión del Dios trinitario cristiano: “Invocarás el nombre de Yahvé, Padre, Hijo y Espíritu”.
Con unos medios u otros, la Escritura siempre ha sido objeto de estudio y meditación, porque, para millones de personas, en la Biblia se encuentra la Palabra de Dios. Solo hace falta poder y saber leerla.
