Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Celebrar la normalidad


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El pasado 5 de mayo la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio por finalizada la pandemia de Covid-19. O, al menos, ha declarado que ya no es una emergencia internacional, que ya no es una amenaza tan terrible, que ya no nos mata tanto.



Después de tres años y unos 20 millones de muertos me llama la atención que esta noticia haya pasado tan desapercibida. Yo, al menos, me he enterado de pura casualidad. Y, por si fuera poco, Tedros Adhanom, el director general de la OMS, ha dicho: “Es un momento de celebración, logrado tras el incansable trabajo de millones de sanitarios, de mucha innovación e investigación, de difíciles decisiones tomadas por los gobiernos y de sacrificios que todos hemos tenido que hacer”.

¿Lo hemos celebrado?

¿Lo hemos celebrado? Con todo lo que hemos llorado, sufrido, anhelado, perdido… ¿realmente lo hemos celebrado? Creo que no. No sé si se debe a una especie de adormecimiento o anestesia con la que vivimos, quizá para protegernos, quizá por desidia, quizá… quién sabe…

O quizá nos devuelve esa tendencia nuestra a dar por hecho “lo bueno”, a no valorarlo o celebrarlo lo suficiente. En plena pandemia creo que todos necesitábamos ritos o pequeños gestos que nos ayudaran a expresar lo que estábamos viviendo, lo que nos preocupaba y hacía sufrir. Cada cual tuvo que buscar sus propias estrategias. Aplaudíamos para apoyarnos y agradecer la ayuda mutua y la generosidad. Nos enviábamos mensajes, nos conectábamos por todos los medios posibles, cocinábamos y fuimos creativos.

Cuando pasamos un momento difícil podemos quedarnos bloqueados, huir asustados o hacer lo que está en nuestras manos para afrontarlo y salir adelante. Sea como sea, a nadie le gusta pasarlo mal. Esperamos que la situación que nos daña pase lo antes posible, se transforme, mejore. Y cuando eso ocurre y ese momento doloroso deja de pesar tanto, ¿lo celebramos?, ¿dedicamos tantas fuerzas y pensamientos a lo que nos duele como a lo que nos consuela y alegra?

Llegarán otras “pandemias”, otras tristezas, otros traumas… Llegarán sin duda. Igual alguno de nosotros seguimos de lleno en algunas de ellas. Pero llegarán también sus finales. Y quizá un día, sin darnos cuenta, nos sorprenderá la noticia de que hemos salido del peligro. O quizá, simplemente, la normalidad nos despierte un día y nos de los buenos días. Cuando ese día llegue, ojalá tengamos suficiente memoria y sensibilidad para no darlo por hecho, para agradecerlo, acariciarlo y celebrarlo. Como si una pandemia mundial hubiera dejado de amenazarnos.