Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Aprender desde Lázaro


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No es necesario estar avezada en sociología o ser una gran analista política para afirmar que tenemos una seria crisis de liderazgo. Es suficiente poner las noticias, escuchar los comentarios de políticos de uno y otro sesgo o fijarse en cómo se multiplican mociones de censura en unos y otros países, incluida nuestra particular parodia nacional de hace unos días. Algo sucede cuando los discursos se radicalizan y se centran en atacar al contrario, en vez de buscar acuerdos y abrir juntos caminos para el bien común. Lo más preocupante para mí es que, además, esta actitud parece convertirse en la tónica también en los ámbitos eclesiales y en nuestros pequeños círculos más cercanos.



Aprender desde Lázaro

Encontrar a personas que cuidan del grupo, que atienden a cada persona, que buscan cómo propiciar que cada uno despliegue sus dones en favor del conjunto, que permanecen atentas a que todos se sientan partícipes de un mismo proyecto o que no se les escapan pequeñas o grandes necesidades… es un verdadero privilegio. Y es que, aquello que debería ser lo normal, resulta ser algo que asombra por su excepcionalidad y que nos denuncia a todos, por colaborar con esta “anormal normalidad” a golpe de pequeñas acciones u omisiones. Además de entonar el mea culpa por los que a cada uno nos toca, podríamos intentar ejercitarnos en dos prácticas que Jesús, quien es el referente para los creyentes, podría sugerirnos ante la tumba de su amigo Lázaro (cf. Jn 11).

'La resurrección de Lázaro' (José de Ribera, siglo XVII). Museo del Prado.

La primera invitación me surge desde el empeño en abrir el sepulcro, a pesar de las advertencias de que “ya huele” (Jn 11,39). Dar por perdidas a las personas y preferir que no nos afecte el olor de situaciones que consideramos “podridas” suelen ser excusas para evitar buscar caminos de vida, de cambio y de renovación. La segunda sugerencia me parece brotar del imperativo del Maestro: “Desatadlo y dejadle andar” (Jn 11,44). A veces no se trata tanto de hacer como de no estorbar, de modo que la mejor ayuda es remover los impedimentos que dificultan el avance hacia la vida de los demás. En estos últimos estertores de la cuaresma, quizá podríamos plantearnos acercarnos a la Semana Santa desde estos dos aprendizajes de la curación de Lázaro, porque, me temo, que nuestros políticos no van a intentarlo.